Carlos Colón
Sobre nuestra entrevista a González
reloj de sol
QUE un uno por ciento del público varón piense todavía que los golpes están justificados, seguramente es un adelanto de los últimos tiempos, porque hace unos años habría resultado un porcentaje muy superior; pero, incluso así, es una derrota colosal. Que un uno por ciento de los hombres admita en una encuesta que en determinadas ocasiones un guantazo viene bien, es un síntoma equívoco de nuestra realidad: porque, si es un uno por ciento la proporción de la gente que se ha atrevido a admitirlo, no significa que la cantidad esté cerrada. El dato, lo que aporta, es la realidad de que a pesar de todas las campañas encontradas, las televisivas y las radiofónicas, los esfuerzos de los periódicos de los noticiarios por crear una conciencia de rechazo al maltrato, unido todo esto a las diversas políticas y a unas cuantas películas, con sus consiguientes debates encontrados, cierto porcentaje del español mediano mantiene la creencia de que una fuerza física mayor puede llegar a ser un argumento. Así, en la era de las grandes tecnologías, las redes sociales y la cristalización de un mundo global, probablemente mucho más de un mero uno por ciento de los españoles vive todavía en la edad de piedra.
La proporción es optimista, tanto como las campañas en contra del maltrato: tanto, también, como el lenguaje que seguimos utilizando para hablar de los agresores y las víctimas. Se habla, todavía, de "violencia de género", porque la semántica se apoya en la nominación serena. Sin embargo, curiosamente, decir "violencia de género" me sigue pareciendo algo muy poco violento, y la especificación, "de género", demasiado neutral; y no es "de género", porque la proporción de hombres maltratados es tan mínima que no merece un lenguaje de la equiparación. Lo he escrito ya antes, seguramente varias docenas de veces: es "violencia", sí, pero contra las mujeres. Es, en realidad, no sólo violencia, sino terrorismo doméstico o terrorismo contra las mujeres. Es como si en Ciudad Juárez, donde desaparecen cientos de muchachas cada año, se hablara de "desapariciones ciudadanas", en jugar de señalar, y apuntar, que son mujeres las que son raptadas, violadas y asesinadas. Es como si al silenciar estos crímenes, o al descargarlos de su significado efectivo, se volviera a agredir nuevamente a las víctimas.
Tengo la sensación de haber escrito esto mil veces. De muchas otras formas, pero el mismo mensaje al fin y al cabo. Ahora viene este uno por ciento como una bofetada de calor, como una gran patada en las costillas apenas abrasadas por el sol. El drama es tan intenso y tan secreto, tan silencioso y tan descorazonador, que este uno por ciento sigue siendo la peor punzada en el costado para la hombría de la sociedad. Si esto es un hombre, escribió Primo Levi. Qué tristeza que eso sea un hombre.
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