Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Una ilusión de niños... y de mayores
Paisaje urbano
De todos los misterios del Nuevo Testamento, quizá sea el de los Reyes Magos el que más ha pasado por el tamiz de la tradición popular, hasta el punto de estirar la breve narración de apenas dos versículos del evangelio de San Mateo hasta la hermosa historia que nos ha llegado, con aquellos misteriosos magos convertidos en tres reyes de Oriente, con sus nombres y rasgos bien definidos a posteriori por el imaginario popular, y que cada 5 de enero vuelven para repartir regalos, eso sí, bastante más comerciales que el oro, el incienso y la mirra de la tradición.
Pero, como ocurre con las cosas de la ciudad, la Cabalgata no es ajena a todo proceso de inculturación que la propia urbe y sus particulares códigos va imponiendo sobre sus tradiciones. Y así, de un tiempo a esta parte, el componente festivo del cortejo se superpone con una fuerza quizá excesiva a la versión más historicista que se dice representar (la adoración de los magos al niño Dios nacido en un establo), al punto de que en ciertas partes del recorrido la inmensa mayoría de los presentes acuden allí atraídos sobre todo por una diversión más juvenil que infantil, en esa estética pop que domina hoy todos los movimientos sociales (incluso religiosos), por mucho que después corran para no llegar tarde a la misa de 9 en la vecina parroquia de Los Remedios.
No han sido pocos, desde diferentes perspectivas y trincheras, los que han criticado no sólo esta deriva festivalera de la Cabalgata misma sino, por parecidas razones, su adelanto a la tarde del día 4, primando el interés recreativo de la celebración por encima de cualquier cosa, hasta de la propia esencia de la celebración que se pretende representar. O ya tal vez no, como lo demuestra el éxito masivo de la decisión, el respaldo sin fisuras del Ayuntamiento y la confirmación implícita de la Diócesis, con su Pastor en primera línea repartiendo caramelos.
Para justificar la decisión, sus autores han recurrido a la consabida ilusión de los niños como barrera, pero mucho me da que eso no es sino otra mentirijilla más de la tradición. La Cabalgata nunca fue concebida como un acto piadoso y su celebración es otro evento más de la ciudad, apta para todos lo públicos. En Sevilla, además, las peculiaridades de su organización, que descansan sobre una entidad privada, hacen de su suspensión un auténtico lío. Y que, por supuesto, no dejaría de suponer una frustración para los niños… pero sobre todo para los mayores.
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