Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Desde mi córner
Paso a paso, partido a partido, la selección de todos nosotros camina a paso de oca en busca del gran logro. Haciendo lo que el partido les pide, los jugadores españoles están dando una lección sobre cómo el juego bonito y el resultado pueden ir de la mano. Anoche, tras el jarro de agua helada que fue el gol de Kolo Muani cuando apenas se había roto a sudar, dio con la tecla adecuada para volcar el marcador a partir del golazo de Lamine.
Ese gol del genio barcelonista fue el toque de rebato para la conducción a la victoria. Enfrente, una rocosa Francia tan acostumbrada a ganar sin esfuerzo aparente no se creía cómo la vida le daba una broma como la acaecida en el tramo horario de cuatro minutos. Pero vayamos por partes, que pasar de puntillas por esa obra de arte que fue el gol de Lamine ni es justo ni me apetece. Fue un gol propio del fútbol de la calle, ese fútbol tan combatido en los escalafones inferiores.
Lamine es un vendaval de aire puro que nos ha caído del cielo y con ese gol que mostraba la senda de la victoria la vida se hizo más agradable. Un gol portentoso que cuatro minutos después era acompañado por el de la victoria, obra de Dani Olmo con la colaboración de Koundé. Y a partir de ahí y con sesentaicinco minutos por delante, el equipo hizo lo que debía, si yunque, pues a sufrir, pero con un sufrimiento incruento, ese que nace de tener la pelota más tiempo que el rival.
Fue todo tras una lección más de cuantas anda prodigando el equipo por tierras alemanas. Y es que De la Fuente ha elaborado todo un equipo y ya se sabe que en fútbol nada como lograr que el equipo sea eso, con todos a una y sin nadie escaqueándose. Y el domingo, la noche de Berlín espera a todo un grupo que tiene el compromiso por bandera más el plus de gente de calidad extra en general o sobrenatural en el caso de un niño de dieciséis años que dio con el camino de la victoria.
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