
Confabulario
Manuel Gregorio González
Política y literatura
El habitante
Estamos tan acostumbrados a la sorpresa que pocas cosas nos parecen ya realmente sorprendentes. Entramos al trapo de la extravagancia y la asumimos como normal, cuando no lo es. Nos parece que cualquier disparate actual va a ser rápidamente desterrado por otro mayor (y lo peor es que así ocurre). Estoy convencido de que, sin ser conscientes, asistimos a un cambio de época, a un momento en que la política y la economía mundiales están girando y hay que repasar lo que acontece y despachamos por irreal porque corremos el riesgo de que sea más real que nosotros. La nueva administración norteamericana aún no ha cumplido cien días y cuesta recordar ya cómo nos manejábamos antes. Hay varios ejemplos, pero cuatro primeros lo están alterando todo, por orden inverso: Groenlandia, Panamá, la guerra en Ucrania y los aranceles.
Por extraño que nos resulte ahora, la idea de que Estados Unidos podría anexarse Groenlandia no es nueva. Ni siquiera se remonta a ese primer Trump que en 2019 expresó públicamente interés en comprar la isla. En 1946, el presidente Harry Truman ofreció 100 millones de dólares en oro por comprar la isla, propuesta que Dinamarca rechazó. Groenlandia, la isla más grande del mundo, es rica en recursos naturales como minerales raros (¿suena esto a algo?) y petróleo, y su ubicación estratégica en el Ártico la convierte en un punto clave para la seguridad y la geopolítica. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos ya estableció la base aérea de Thule en Groenlandia, que sigue operativa como parte de su sistema de defensa. Con el cambio climático acelerando el deshielo en el Ártico, Groenlandia se ha vuelto aún más importante. Las rutas marítimas que se abren en la región, junto con la explotación potencial de recursos naturales, han aumentado el interés de todos, incluyendo a Estados Unidos, Rusia y China. En este contexto, la idea de que Estados Unidos busque un control más directo sobre Groenlandia podría no ser tan descabellada.
Groenlandia es un territorio autónomo bajo soberanía danesa, con un alto grado de autogobierno desde 2009. Su población, en su mayoría inuit, tiene una identidad cultural única y un fuerte deseo de autodeterminación. Cualquier negociación para cambiar el estatus de la isla requeriría el consentimiento tanto del gobierno groenlandés como del danés, y Dinamarca es país OTAN. El enfrentamiento interno en la alianza, sumado al rechazo prácticamente seguro de Rusia y China, lo harían muy complicado. Pero no es imposible.
Algo impensable está conseguido: que esté sobre la mesa. Como una apuesta descabellada, muy improbable, tremendamente complicada… de acuerdo, pero sobre la mesa. La debilidad de la OTAN, sin la jerarquía de y bajo la dependencia de Estados Unidos, reduce el conflicto con Dinamarca y lo limita, aunque no sea poco, a que Rusia y China no chillen demasiado y a que Groenlandia lo pida como propio. La irrealidad nos alcanza.
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