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Tengo una deuda personal con el recientemente fallecido hermano mío de San Juan de la Palma, médico y fotógrafo José María Gutiérrez Guillén. Llevó la sevillana a mi primera Cuaresma romana. Es importante –o lo era antes de la magnatitis y otras inflamaciones procesionales– aguardar la Cuaresma en lo íntimo, así que el seis de enero culminan los cultos del Señor, y ver venir la Semana Santa desde el Miércoles de Ceniza. Unos minutos más de luz, Centeno cantando Silencio, pueblo cristiano y las voces de Chano Amador, José Manuel del Castillo, Manolo Toro y Carlos Schlatter, un primer viernes de Marzo en San Antonio Abad, unas parihuelas apareciéndose en una iglesia… Y el cartel fotográfico del Consejo. Todo sorprendiendo, como si las vísperas del gozo (con permiso de Pedro Salinas) se vivieran cada año por primera vez.
Viví de niño once Semanas Santas sin sus correspondientes Cuaresmas, porque nos veníamos de Tánger el Viernes de Dolores o el Sábado de Pasión (y un año que se cabreó el Estrecho, el mismísimo Domingo de Ramos). Y de adulto viví en mis tres años romanos otras tres Semanas Santas sin Cuaresma sevillana. La primera, que fue la de 1980, mi hermano me envió el extraordinario cartel de José María Gutiérrez Guillén en el que se ve al Cristo de la Salud de espaldas, dulce caída del cuerpo, airosos candelabros y una luna llena que se había anticipado al Jueves Santo.
Toda la Cuaresma presidió mi estudio de la Real Academia de España en Roma. Como además tenía mi iconostasio con las fotos de Jesús Nazareno, el Gran Poder, la Macarena, el Calvario y la Amargura, mi compañera de beca y queridísima amiga Gloria Liñán Corrochano (nieta de don Gregorio, que fue director de mi padre en el España de Tánger) me decía que más que un estudio parecía el cuarto de un torero en el ritual de vestirse. En 1985 y 1986 José María Gutiérrez volvió a anunciar la Semana Santa con sus también extraordinarios carteles del Calvario antes de entrar en la Magdalena y el transparente Simpecado del Silencio en la Catedral.
Desde 1992 el Consejo, haciendo gala de su cateta cortedad de miras, ignora y desprecia la fotografía como una cosilla inferior a la pintura. ¡En la ciudad de Serrano, Arenas, Haretón o Emilio Sáenz, por citar solo cuatro maestros clásicos entre los excelentes fotógrafos de esta ciudad! José María Gutiérrez Guillén, que en paz descanse, era uno de ellos.
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