Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
En nada comienzan los Juegos. Las Olimpiadas son un acontecimiento brutal. Cada vez que comienzan unos nuevos, sobre todo cuando caen en Europa, no puedo evitar dos sensaciones: una buena, de recuerdo de lo que supusieron aquí los del 92, con Cobi enseñando al mundo (con la ayuda inestimable de Curro desde el sur) una poderosa imagen de ambición de modernidad de un país, tantas veces antes, gris, a pesar de su luz, y pobretón; y otra, menos saludable, de cierta envidia insana por no conseguir traerlos aquí. París, en el corazón de Europa, los va a disfrutar y lo celebro, pero no puedo evitar los celos.
Siempre he considerado que el sueño olímpico es una apuesta interesante. El camino, si es capaz de convocar en el esfuerzo a la ciudadanía, merece la pena. Es evidente que no obtener la candidatura y repetir ese proceso varias veces genera una importante frustración y, con la frustración, un riesgo cierto de desafección entre la gente. En esa situación supongo que estamos. La idea del Madrid Olímpico, que tan cerca estuvo hace relativamente poco, y especialmente cuando fue batida por Río, con aquellos complejos problemas que tuvo al final, no está fuerte en la actualidad. Menos aún la candidatura soñada anterior a Madrid que representó Sevilla, que no estuvo ni siquiera realmente cerca de ser elegida. A pesar del poco predicamento que una candidatura española pueda tener ahora para organizar unos Juegos, yo no pierdo la esperanza ni asumo que, sobre el papel y en la práctica, carezca de interés. Lo tiene.
Cuando estemos viendo la inauguración y, luego, durante todo un mes, prácticamente a todas horas, que París concita la atención mundial a propósito del deporte, y nos entren ganas pensemos que la batalla de los siguientes ya está librada: Los Ángeles 2028, y los siguientes, Brisbane 2032, y, muy probable (y sorprendentemente), Doha 2036. El propósito razonable sería entonces 2040, sin descartar del todo una experiencia menos probable, que podría servir de ensayo general, en las del 36. Sé que estos tiempos de improvisación, desafección, desinterés y tuits (o como se llamen ahora los mensajes cortos de lo de Musk) hacen extremadamente aventurado plantear un proyecto a 16 años vista, pero son esas las cosas grandes, de visión, las que distinguen las apuestas decisivas en materia de valor. A falta de referencias concretas de medio o largo plazo, el proyecto olímpico podría permitirnos tener una meta común. Y, ya puestos a elegir, aunque la repetición del intento de Madrid sería la más lógica, no tendría por qué descartarse un gran proyecto andaluz que implicara a todos los territorios del sur.
Es perfectamente posible que todo esto sea una ilusión vana (cualquier ilusión lo es cuando se formula, aunque si se insiste en ella, empieza a tomar otro color), pero suena bien. A quien competa: compita.
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