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La tribuna
DURANTE años, muy especialmente en esos que conocimos como Años de la Bonanza, y que van camino de la mitología, casi hermanados con los Años de la Movida -ojo-, nos acostumbrados a un nuevo lenguaje, directamente relacionado con el dinero, sobre el que se articuló el discurso de esta crisis ya no solamente económica, me temo. Dinero negro, o en B, debajo del colchón, bajo la loseta, enterrado, comprar sobre plano, pelotazo, qué hay de lo mío, taco, manteca, soplo, pasta gansa, el ladrillo, boom, especulación, comisionistas, conseguidores, amiguísimo, buga, regalito, para ti y para mí, de aquella manera, tú ya sabes, trajes, sobres. No sólo aprendimos nuevos significados de un buen puñado de palabras y expresiones, también geografía: chiringuitazo, paraísos fiscales, Islas Caimanes o Feroes, Andorra, Gibraltar, Suiza. Se ha hablado, y mucho, de Suiza y de sobres en los últimos días, palabras destacadas en infinidad de portadas, en diferentes medios de comunicación. No sé cuántos millones en Suiza, que ya no relacionamos con orondas y felices vacas pastando en sus hermosos y relajantes verdes prados, tampoco con su chocolate o con sus exactos relojes -que llegaron a construir una expresión muy utilizada-, ni tampoco con esa guardia medieval que se pasea por los rincones del Vaticano, no. Ahora Suiza es para la mayoría de nosotros el país de los millones, pero no unos millones cualquiera, hablamos de pasta gansa, de taco, reconvertido el país en ese socorrido colchón que esconde y protege las fortunas de unos cuantos. El Dorado es Suiza, sí, con sus extrañas transacciones bancarias, con sus cuentas clandestinas, quién tuviera una, piensa más de uno antes rellenar el boleto de la Primitiva.
En aquellos Años de la Bonanza, que no fueron tales para todo el mundo, aunque todos estemos pagando la medicación, a precio de oro, para sanar semejante resaca, nos enseñaron que el dinero, poseer, era el gran objetivo y el gran logro, motivo de admiración y hasta de adulación, para quien lo conseguía. Los valores, los verdaderos, dejaron de ser los que nos inculcaron, comenzaron a estar tasados, en cifras, en dinero, mejor contante y sonante, limpio de polvo y paja, aunque ese polvo y esa paja fueran nuestra educación, nuestra sanidad, nuestros derechos, nuestro futuro. Ahora que los Años de la Bonanza han dado paso a los Años de la Tragedia, olvidemos la palabra Crisis, que ya empiezo a reconocer como un concepto temporal y moderado y llamemos a las cosas por su nombre, las consecuencias son globales y tremendamente socializadoras. Ahora sí es de todos, bien. Qué cruel ironía. Lo que disfrutaron unos pocos elegidos -hoy ya empezamos a catalogarlos de otras maneras: chorizos, sinvergüenzas o corruptos- lo estamos pagando entre todos. Les entregamos nuestros día 1 de cada mes, nuestras vidas, y las de nuestras familias, a 30, 35 y 40 años en cómodos plazos, a los bancos, y ahora esos mismos "generosos" bancos se quedan con el dinero que debería emplearse en mantener nuestros derechos y el de nuestros hijos.
Este lenguaje de los sobres ha dejado de ser el paradigma del éxito para convertirse en la gran repulsión de la ciudadanía, y así se puede constatar en todas las encuestas que se realizan al respecto. Cuando nos encontramos en momentos como el de ahora, se culpa muy directamente a la política, como concepto, como consecuencia de la acción vergonzosa de unos cuantos políticos. Es lógico que suceda, pero no nos olvidemos que, precisamente, lo que más necesitamos ahora es más política. Política que desacredite a los mercados y su poderosa influencia, política que ejerza un real y efectivo control sobre eso que conocemos como "dinero público", política ante el desgobierno, porque les interesa, que siempre promulgan los poderosos, política que blinde a la ciudadanía, para que no sigamos siendo los que pagamos los excesos de unos pocos. Política que gobierne y regule, por supuesto, y mucho más en estos momentos de incertidumbre y derrumbe. Política para desmontar ese bochornoso lenguaje de los sobres que tanto daño nos ha hecho. Algún día nos contarán que esta crisis ha acabado, y no me gustaría que se nos quedase la cara de Charlton Heston en la última escena de El planeta de los simios. Iluso u optimista, soy de los que piensan que todavía estamos a tiempo. ¿Es sólo una cuestión de lenguaje? Por supuesto que no, pero no nos olvidemos que el lenguaje lo único que hace es adaptarse al presente que lo interpreta y ahí sí que tenemos mucho que decir.
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