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Rafael Sánchez Saus
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Desde el pasado jueves, con la polémica ley trans, cualquier persona mayor de 16 años puede libremente, sin necesidad de autorización o consentimiento, de ningún tipo, solicitar ante el Registro Civil pasar de hombre a mujer, o viceversa. Sólo habrá de esperar seis meses (la llamada persistencia) para, en un segundo acto, conseguirlo definitivamente. Es la conocida como autodeterminación del género, que ya no será cosa de la providencia, la ciencia o la genética, según se mire, sino de la voluntad personal de cada uno, o una.
Como en tantas cosas de este país cada vez más peligrosamente ideologizado, la flamante ley va mucho más allá de lo razonable, y se adentra en unos terrenos muy delicados de los que después, me temo, será difícil salir. Los que la defienden parten de unas premisas bienintencionadas por simples, pero no necesariamente certeras. La irrevocabilidad de la modificación tras un corto espacio de tiempo o hacer recaer tan importante decisión sobre una persona inmadura pueden echar por tierra esa "ampliación de las posibilidades de felicidad" o ese "derecho a ser uno mismo sin miedo, culpa o discriminación", como clamaban alborozadas las responsables de Igualdad. ¿Quién asegura que una persona dejará de ser discriminada por el hecho de modificar su sexo en el Registro? Más bien lo que puede ocurrir es precisamente lo contrario. Por no hablar de la confusión que estas normas aprobadas tan a la ligera causan en la gente más joven a quien demasiadas veces, en lugar de proteger, se le perjudica.
Pero lo que más me ha sorprendido de todo esto ha sido el penoso papel que ha jugado el PSOE, presa de un acuerdo de gobierno que no tiene más remedio (en esto, Podemos está sobrado de razones) que cumplir. Todas las actuaciones llevadas a cabo por la parte socialista de la coalición (desde la oposición frontal de Carmen Calvo, que le costó el cargo, hasta las declaraciones de destacadas miembros del movimiento feminista clásico) indican su incomodidad y falta de sintonía con las reformas sociales emprendidas por sus socios y que han terminado apoyando. Todo lo cual nos lleva a dos conclusiones que nadie quiere ver: que, digan lo que digan, el PSOE sigue siendo mucho más cercano al PP que a Podemos; y que en España se aprueban leyes por una mayoría en realidad muy minoritaria. Como ha pasado con el desgraciado sólo sí es sí, ya falta un poco menos para arrepentirnos.
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