Eso a lo que llaman futuro

Postdata

Miro hacia atrás y descubro que, en apenas medio siglo, hemos pasado de ser un país lleno de esperanza, abierto al diálogo y al consenso y con la fuerza suficiente para vencer a poderosos enemigos como el terrorismo, a otro dividido por el odio, gobernado en la mayoría de sus administraciones por medianías dispuestas sin descanso a emprender políticas que aumentan nuestra deuda e hipotecan el mañana de las generaciones venideras. Políticas además que, en lo esencial, para poco sirven. Problemas como el paro juvenil, la escasez de vivienda o el éxodo de nuestro mejor capital humano, ponen de manifiesto la falta de ideas y de sensibilidad ante los dramas reales, mientras se actúa y se legisla profusamente sobre idioteces.

Diríase que hemos renunciado a lograr un futuro mejor. Sin duda, la responsabilidad de este despropósito hay que atribuírsela principalmente a nuestros políticos; aunque no sólo a ellos. No cabe ignorar que nuestra sociedad se ha convertido en pasiva, siempre a la espera de lo que la autoridad decrete y nunca dispuesta a plantearse lo que verdaderamente quiere. Atosigados por la propaganda política, que nos dibuja un porvenir pavoroso (el cambio climático, la debacle segura de la economía, la amenaza de los extremos…), aceptamos como lógico un progreso que nos promete menos y no más. Así –los ejemplos son del profesor González Quirós– no podremos ser más ricos, sino menos consumistas; no viajaremos para no perjudicar el planeta; o, entre otros muchos, recortaremos los planes de todo tipo porque en el decrecimiento, conjeturan, está la solución. Y si no acatas tales hipótesis, por supuesto serás culpable de la destrucción de la humanidad.

Frente a tan oscuro horizonte, lejos de recuperar la ilusión y el empuje de la libertad, se imponen los dictados de los grandes expertos, las agendas globales y un poder que aspira a ser el dueño exclusivo del pensamiento y de la ortodoxia moral. Aumenta el odio al diferente y a la diversidad como valor sustancial de un sistema democrático. Se multiplican los bulos, agoniza la verdad, aparecen estrafalarios neoderechos y se nos ordena, en fin, un insoportable silencio.

En tal escenario, ¿podemos seguir creyendo en nociones como futuro o progreso? Este universo de obedecer y callar, que otrora sufrimos, ¿es el que nos ofrecen los estatistas de hoy? ¿Son el temor, la disciplina y el mutismo los flamantes pilares básicos de la España que llega?

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