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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
La esquina
La contabilidad regional de España, ese cuadro de datos tan prosaico que publica el Instituto Nacional de Estadística, ha venido a colocarnos ante el espejo de una realidad mil veces negada, antes y ahora, por el discurso oficial que siempre se elabora con los materiales ilusorios del Cándido de Voltaire: todo va de la mejor manera en el mejor de los mundos posibles.
Y dice la contabilidad del INE: Andalucía se colocó en el año 2021 como la última comunidad autónoma de España en convergencia con el Producto Interior Bruto (PIB). Tuvo un PIB por habitante -renta per cápita- de 18.906 euros, lo que equivale al 74,1% de la media nacional, que fue de 25.498 euros. O sea, que generamos una riqueza una cuarta parte inferior a la media española. Más que converger con la producción bruta española, divergemos. Hasta el extremo: una décima menos en porcentaje que en el año 2000, como si fuéramos para atrás. No es verdad, porque en estos veinte años largos del siglo XXI hemos crecido y hemos prosperado, pero menos que los demás. Incluso Extremadura nos adelantó en 2021, cediéndonos el farolillo rojo que con tanta constancia venía portando.
No caigamos en el catastrofismo. El PIB por habitante no resulta ser el mejor indicador del desarrollo de un territorio. Si una región crece un poco, pero se despuebla a marchas forzadas -precisamente por su subdesarrollo y falta de perspectivas-, dará un PIB por habitante más elevado que otra más productiva y próspera pero que ve aumentar su población. Hay que valorar otros parámetros, pues.
Pero la clasificación de la renta per cápita puede ser un buen antídoto contra la autocomplacencia de los gobernantes, que en esta etapa coquetea con el adanismo. Desde que ganó con mayoría absoluta, el Partido Popular tiende a pensar que antes que ellos no hubo nada, que el progreso andaluz empieza con Juanma Moreno y que dos o tres medidas adecuadas han cambiado la historia de Andalucía. No es así. Se sobreestiman, espoleados por el alto concepto que tienen de sí mismos y por la estolidez de una oposición desconcertada e impotente.
Los problemas de fondo de la economía andaluza (debilidad del tejido empresarial, falta de formación, escasa cultura emprendedora...) siguen en pie. Progresamos, pero menos que los demás españoles. Ese es nuestro lugar exacto en España.
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