Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
CÓRDOBA tiene una personalidad tan propia que a veces resulta extraña. Una forma de ser para su propio interior, sin exteriorizar absolutamente nada, como si lo que sucediese en torno a ella fuera algo banal y carente de importancia. Todo esto al foráneo le parece que no es más que desidia, abandono y dejadez. Carácter senequista le llaman, cuando el estoico Lucio Anneo era todo lo contrario, ya que en su época no se guardaba nada para sí.
Esta Córdoba da en ocasiones la sensación de estar muerta. Pase lo que pase, pocas veces dice esta boca es mía. Es muy raro que muestre su disconformidad con los avatares, en muchas ocasiones injustos, que el día a día le va deparando. Solo cabe esperar que esta idiosincrasia tan nuestra, no sea más que un letargo, un sueño, tal y como dejó escrito Pio Baroja en su novela sobre la ciudad y sus gentes: "Esto no está muerto; Córdoba es un pueblo que duerme."
Dijo Ortega y Gasset que "la historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible conocer la segunda", por lo que es deducible que lo que ocurre en una sociedad es reflejo a lo que deviene en el toreo. Por ello, la Córdoba taurina vive un momento, al igual que la sociedad cordobesa, que sólo muestra indiferencia y desidia a lo que está ocurriendo en torno a lo que se mueve entre bastidores en el toreo cordobés.
Muchos aficionados eran conscientes de que el último domingo de mayo, mientras las mulas cascabeleras arrastraban a Sobrado - último toro de la corrida de rejones- hasta el desolladero, se estaba poniendo el punto y final a la temporada taurina en el Coso de Los Califas. Otros, los menos, aún albergaban la esperanza -que aún mantendrán- de que en septiembre se anuncie la corrida que el temporal se llevó. Festejo que trataba de conmemorar las bodas de plata de Finito de Córdoba, amortizado y carente de interés como se está viendo en otras plazas y ferias, como matador de toros. La empresa dijo, con la boca chica, que buscaría fecha para conmemorar la efeméride, pero viendo el poder de convocatoria que tiene a día de hoy el torero de El Arrecife, mucho hace temer que todo quedará durmiendo en el sueño de los justos.
Mientras tanto ¿qué hace Córdoba para defender su categoría? Nada. Cuando se presentó el exiguo cartel de feria, nadie dijo nada. Ni la Federación Provincial de Peñas Taurinas, entidad que aglutina el movimiento asociativo de las peñas de la capital y provincia. Tampoco la Casa del Toreo, institución formada para poner en valor la importancia de la Córdoba taurina en nuestra cultura y la historia. Muda también la Sociedad Propietaria del Coso de los Califas, que da la sensación que vive resignada y anclada en un pasado, no muy lejano, pleno de bonanza dilapidado en decisiones poco acertadas. Ni siquiera la entonces en mantillas Plataforma cordobesa para la defensa de la tauromaquia, pues el toreo necesita no sólo que velen por él de los ataques externos, sino también de los entresijos que le dañan desde su interior. Nadie dijo nada. Todos callaron, lo mismo que hacen ahora cuando Córdoba, taurinamente hablando, celebrará menos festejos mayores, corridas de toros, que muchas plazas de provincias como es el caso de Olivenza, Ledesma, Cenicientos o, sin ir más lejos, Cabra o Priego de Córdoba.
El silencio se convierte en cómplice del momento que vivimos. El Coso de Los Califas permanece majestuoso en la avenida Gran Vía Parque, arteria de la Ciudad Jardín cordobesa. En el pronto los clamores, aplausos, pitos o tragedias, serán suplidos por los estrenos del llamado séptimo arte en noches a la luz de la luna, o tal vez por gritos de fans enfervorizadas ante el cantante o grupo de moda. Sin toreros con atractivo para el público y sin hacer nada por dar oportunidades a quien más proyección tenía en 2015, es difícil que el albero cordobés recupere a corto plazo su razón de ser o, lo que es peor, el prestigio perdido, si es que alguna vez tuvo alguno.
Por una vez, siempre que queramos salir del pozo, hace falta hablar, dejar de tragar con todo y de pensar que ya vendrán tiempos mejores y de dar por bueno, en ocasiones incluso justificando, las actuaciones de empresas gerentes o la misma propiedad. La resignación no debe de ser eterna, porque como dijo un paisano nuestro llamado Séneca: "Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones".
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