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Ignacio F. Garmendia
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Tribuna de opinión
Córdoba/Hay en las personas unas riquezas que afloran siempre, incluso en los peores momentos. Estos días lo hemos comprobado en la catástrofe de la DANA que asola el Levante; junto a montañas de fallecidos, barro y coches inundados, hay una marea de solidaridad impresionante. No dejemos de ver las imágenes de las riadas de voluntarios, más de diez mil en un día, que, sin miedo al fango, al agua y a las posibles epidemias, se dirigen a ayudar a quienes siquiera conocen. Estamos hechos para dar, para entregarnos, para ser útiles a los demás.
Recoge la prensa el testimonio de Miguel Ángel, “el héroe que rescató a su vecina impedida en Catarroja”, rezan los titulares. Cuando a eso de las siete comenzó a inundarse todo, llegaba de trabajar con su hijo, se subieron a la terraza y, pese a estar en un lugar seguro, al enterarse de que su vecina Reme estaba atrapada en su domicilio, se descolgó atado a una cuerda y “agarrándome a los barrotes y a las puertas” logró, rompiendo un cristal, entrar en su domicilio. Después del agónico rescate la subieron a su casa: “La cambiamos, la secamos, le dimos ropa nueva y le pusimos mantas”, y permanecieron dos días incomunicados. Esto lo cuenta a la prensa con cara de felicidad.
Posiblemente, la generosidad, el dar sin esperar nada a cambio, ha sido fundamental para la subsistencia del hombre desde sus orígenes. Solo, contando únicamente con sus fuerzas, el ser humano no habría sobrevivido. Estamos hechos para vivir en sociedad, en relación con los otros. Estas relaciones nos hacen persona. La criatura humana, si no está maleada, viciada, encuentra más satisfacción dando que recibiendo. Las relaciones familiares, de amistad, de convivencia, para que no sean interesadas, comerciales, han de estar acompañadas por el altruismo.
Generosidad viene del latín generositas, compuesta de genus -engendrar, dar a luz- y de los sufijos -oso y -dad, que indican abundancia y cualidad, respectivamente. El generoso es desprendido, espléndido, dadivoso, magnánimo, altruista y noble. El egoísta es interesado, calculador y tacaño.
Esta virtud -modo noble de ser- está presente en todas las civilizaciones y en todos los tiempos. También en los de ahora, como lo hemos comprobado en el Levante castigado. Se podría afirmar que es connatural a nuestra condición. Pienso que nos viene de casta: nuestro Creador es rico y espléndido en su ser, todo lo da y se da a todos. La naturaleza es magnánima, si supiéramos respetarla y cuidarla saciaría a todos sus moradores ampliamente. El problema viene por los egoísmos, por nuestros pecados, con el afán de poseer y poseer, de pensar solo en uno mismo, consecuencia de la naturaleza caída.
Nos dice el Evangelio: “Sentado Jesús frente al gazofilacio, miraba cómo la gente echaba en él monedas de cobre, y bastantes ricos echaban mucho. Y al llegar una viuda pobre, echó dos monedas pequeñas, que hacen la cuarta parte del as. Llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los que han echado en el gazofilacio, pues todos han echado algo de lo que les sobra; ella, en cambio, en su necesidad, ha echado todo lo que tenía, todo su sustento”.
Dios admira la generosidad de la pobre viuda. No hace falta tener mucho para dar, además de que no solo se trata de dar dinero: una sonrisa cuando estamos cansados, un rato de nuestro tiempo para escuchar al amigo, un abrazo o una caricia no cuestan dinero. ¡Podemos dar tantas cosas!
Como todo en esta vida, vamos creciendo, mejorando y aprendiendo. Si hacemos el esfuerzo de dar y de darnos, cada vez lo haremos mejor y seremos más felices. Recientes estudios de neurociencia dicen que “el link entre la generosidad y la felicidad tiene que ver con la interacción entre dos áreas cerebrales, la unión temporal parietal y el estriado central”; cuanto más generosos somos, más felices nos sentimos.
La sabiduría popular lo recoge en el refranero: “Lo compartido sabe mejor”; “Cada uno recibe lo que da”; “Quien mucho da, mucho recibe”; “Es de buen nacido, ser agradecido”; o “Hay más alegría en dar que en recibir”.
Dice la Madre Teresa de Calcuta que hay que “dar hasta que duela”. No se trata de ofrecer migajas; generoso no es solo el que da, sino el que se da. “Darse sinceramente a los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría”, dice un punto de Forja.
Generosidad en la vida familiar, sin calcular quién ha dado más; con los amigos, estando dispuestos a ayudar siempre; en el trabajo, buscando servir y no solo ganar. También con Dios, ya que nos lo da todo, no le regateemos nuestro tiempo. Con los necesitados: podemos hacer un aparte generoso de nuestro presupuesto, como si hubiera uno más en la familia.
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