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José Antonio Carrizosa
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Paisaje urbano
En el campo de exterminio, cuando un preso lograba fugarse, diez de sus compañeros eran castigados a morir de hambre en el terrible pabellón 11. Cuando una noche del verano del 41 un prisionero no respondió a su nombre, todos los del barracón se fueron temblando a dormir. Al día siguiente, el oficial de guardia señaló a un joven polaco como uno de los diez desafortunados, que rompió a llorar implorando justicia para sus dos hijos huérfanos. De repente, de la fila contigua que asistía aterrada al ajusticiamiento, emergió un hombre algo mayor, llamado Maximiliano Kolbe, sacerdote franciscano, para ofrecer su vida por la de aquel desgraciado, muriendo de hambre en las entrañas del barracón el 14 de agosto de ese mismo año.
En septiembre de 1939, Karol Wojtyla era un joven estudiante de letras, aficionado al teatro y a la literatura, cuando el ejército alemán invadió Polonia, cubriendo sobre ella un oscuro manto de inhumanidad que duraría cuarenta larguísimos años, pues de seguido cayó en las garras del comunismo ruso, y fue testigo directo de la Shoa. Casi la cuarta parte de sus paisanos, algunos amigos de la infancia, eran judíos. Ya como Juan Pablo II, visitó Auschwitz nada más iniciar su Pontificado, en junio de 1979, y fue a orar ante la celda mortuoria del padre Kolbe, que acabó subiendo a los altares. En la ceremonia de canonización, llorando pero esta vez de alegría, estaba aquel joven, ya anciano, por el que dio la vida.
Benedicto XVI también estuvo en Auschwitz, pero en la visita del papa Ratzinger latía fuerte su condición de alemán, expresada con vehemencia en su discurso a la salida, apoyado en el salmo 44, ese grito de angustia del pueblo de Israel: “Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más…”. Hay un sentimiento como de culpa, cuando ante el dolor ajeno, conocido o simplemente intuido, no se ofrece otra respuesta que el silencio, que el mismo Benedicto en su discurso pedía contrarrestar elevando su grito a Dios… y a nosotros mismos.
El papa Francisco también visitó el campo a finales de julio de 2016. Pero a diferencia de sus antecesores, no preparó ningún discurso tras la visita. Las noticias refieren que la hizo toda en silencio y ya al final, cuando el director del campo-museo le ofreció el libro para firmar, simplemente lo tomó y escribió en silencio, como en el mejor de los discursos: “Señor, ten piedad de tu pueblo; Señor, perdón por tanta crueldad”.
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