¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Cuchillo sin filo
LA diferencia quizás sea ésa: la indiferencia. ¿No es más grave la trama inconclusa de las clínicas de Barcelona donde se practicaban abortos no acogidos a los supuestos legales que la catástrofe del Prestige? No se han producido manifestaciones ni pancartas ni reacciones solidarias. El antiabortismo ha gozado de la mala prensa que acompaña a las tesis de la Iglesia católica. No es una cuestión de fe, que también, sino de humanidad. No hace falta creer para creer en ciertas cosas. Al final queda el alma del que se muere, el que nos habla en ausente de indicativo, y al principio el alma del que va a ser. Ese alma del ser al que no han dejado ser no está estipulada en la legislación. ¿Cuándo empieza la vida? Está claro que sin esos prolegómenos que se consideran subsidiarios, no relevantes, la vida no cuajaría en rotundo milagro de la naturaleza. Es como si al novelista se le mutilara la imaginación que precede a la consumación de su trabajo. O al ingeniero los planos de su proyecto. El limbo de los futuribles.
Es un caso evidente de malos tratos que los políticamente correctos nunca codificarán como tal. Se han adelantado en un mes con una macabra celebración de los Santos Inocentes. La Iglesia ha fracasado en la pedagogía de su moral sexual. Eso es evidente. Pero la contestación a esa teología del temor no debe ser este himno a la frivolidad y la falta de responsabilidad. Me da vergüenza disfrazarme de educador para decir que hay que convencer a los adolescentes de que en el sexo esperar es tan gozoso como gozar. Que la satisfacción inmediata de un deseo es el camino más corto para la insatisfacción. Es una verdad de laboratorio, no de confesionario. Las miles de chiquillas que se quedan embarazadas cuando todavía no han salido de los parámetros del juego, enfrentadas a un drama que no estaba en el guión de sus vidas, mayores a su pesar, nos deben invitar a darle una respuesta eficaz, ajena a beaterías, para que descubran otras ilusiones. No es el pecado, estúpidos. Es la estupidez.
Lo ha dicho Felicidad Loscertales. Hemos abandonado los principios cristianos y no los hemos sustituido por otros. Es el reverso de la broma de Groucho: éstos no son mis principios, pero si no le gustan no tengo más. La mujer lleva siglos luchando por su independencia en legítima contienda. No casa que en nombre de un feminismo trasnochado, que defiende la propiedad del cuerpo con alardes de enfiteusis, se le niegue esa misma independencia que reclama al ser que acoge en su seno. Lo más fácil es desprenderse del lastre. En nombre de los supuestos o, cínica sociedad, de los presupuestos. El chapapote es una broma, una boutade comparado con estos vertidos de carne en ciernes, de vida en almoneda.
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