Quizás
Mikel Lejarza
¿Pueden pensar la máquinas?
Alto y claro
Durante casi medio siglo ha sido alcalde de su pueblo, Marinaleda, y lo ha manejado a su antojo para convertirlo en una marca cargada de connotaciones. También ha sido durante unas cuantas legislaturas diputado del Parlamento andaluz y ha tenido puestos en organizaciones políticas y sindicales. Pero todo eso es lo de menos. Juan Manuel Sánchez Gordillo ha dedicado su vida a interpretar un personaje muy del gusto de los que desde fueran y desde dentro perpetuaban el mito de Andalucía como la tierra de hombres sin tierra, el país de las luchas jornaleras que van de la Mano Negra a Casas Viejas. Una Andalucía poblada de señoritos absentistas y crueles, guardias civiles con siniestros tricornios de charol y mosquetón y niños rodeados de moscas a los que sus madres cantaban nanas de la cebolla. Mientras líderes jornaleros como Francisco Casero intentaban trasladar al campo los esquemas del sindicalismo de clase o el cura Diamantino García ejercía un cristianismo primitivo en la Sierra Sur de Sevilla, Sánchez Gordillo se encargaba de darle al movimiento, que él representaba como nadie, aires mesiánicos y a coleccionar espacios en los medios de comunicación de todo el mundo, que era realmente lo que le gustaba. Vivía para eso. Hizo de la ocupación de fincas un arma propagandista de enorme resonancia, aunque al final no consiguió otra cosa que la cesión de unas tierras públicas en el Humoso.
Ha gobernado su pueblo sin oposición de ningún tipo desde 1979 y ahora lo retiran la edad y los problemas de salud que arrastraba desde hace años. Y ha hecho cosas positivas en Marinaleda, qué duda cabe. Ha aplicado una especie de comunismo cooperativo que ha funcionado bien, gracias entre otras cosas a que él ha dejado hacer a colaboradores eficaces para dedicarse a representar el papel de jornalero irredento a la búsqueda de un cacho de tierra y dispuesto a luchar para liberarse de la tiranía del señorito y el capataz. Como tantas cosas en la vida, el movimiento que representó el Sindicato Obreros del Campo, abandonado por sus principales líderes, terminó degenerando y siendo otras cosas. Sánchez Gordillo, cada vez más oculto en su pueblo, saltó a primer plano por última vez para protagonizar con algunos de su pueblo asaltos a supermercados tras la oportuna convocatoria a los medios de comunicación. Para eso había quedado.
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