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Luis Planas es un ministro que trabaja mucho, no saca nunca los pies del plato y habla cuando tiene algo que decir. Un chollo para un presidente del Gobierno que sabe que ha colocado a una persona con criterio al frente de un departamento que tiene que negociar un día sí y otro también asuntos delicados con un sector siempre quejoso como es el agrícola. Alberto Garzón es un ministro que trabaja muy poco, entre otras razones porque su cartera está vacía de competencias y responde a un reparto de fichas en una coalición sobredimensionada. Además, habla demasiado y cada vez que lo hace rompe la baraja. Planas, al que conocemos bien en Andalucía -fue consejero de Agricultura y compitió con Susana Díaz en unas primarias de su partido-, sabe lo que se trae entre manos. Es un experto en la cuestión y ha tenido una larga experiencia internacional, que lo llevó a puestos importantes den Bruselas y a ser embajador de España en Rabat, lo que no es poco. Garzón es ministro de Consumo con las mismas credenciales que lo podía haber sido de Justicia o de Cultura; es decir, con ninguna. Por eso cuando le da por hablar no es capaz de hilvanar más allá de tres o cuatro tópicos buenistas sacados del código de lo políticamente correcto, siempre, eso sí, desde una óptica de izquierda de salón.
Tener en la sala del Consejo de Ministros a Planas y a Garzón debe ser como juntar en la misma clase a un opositor con un adolescente que no es capaz de aprobar la Secundaria. Por eso uno nunca le ha dado un problema al presidente y el otro ha tenido que ser desautorizado de forma expresa en más de una ocasión por un Pedro Sánchez que seguro que no ve el día de quitárselo de encima. Si las cosas siguen la lógica a la que nos tiene acostumbrado el killer que habita en la Moncloa, es muy posible que no llegue a las elecciones de Castilla y León de mediados de febrero. Todo depende del pulso que quiera echarle Yolanda Díaz. Pero lo cierto es que Garzón huele a cesante.
Pase lo que pase, la polémica de estos días a cuenta de la ganadería intensiva, que ha provocado Garzón y en la que Planas ha vuelto a dar ejemplo de conocimiento y coherencia, es ilustrativa de varias circunstancias. Una de ellas es que este país tiene todavía, a pesar de los pesares, ministros que merecen la pena. Pero la otra cara de la moneda es que aquí llega a ministro cualquiera. Debe ser el signo de los tiempos.
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