Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Todo, por un Niño que nos ha nacido
Hay algunos que tenemos una suerte sumada a los hermanos que nos da la sangre consistente en celebrar el encuentro feliz en el camino de la vida con tipos que, en un principio, no conocíamos de nada y son hermanos nuestros por elección, estableciendo con ellos un compromiso libre pero inquebrantable, de igual a igual, beneficiándonos los dos de esa fraternidad elegida, haciéndonos crecer con una medida consentida y constante, para que no pare nunca, viéndonos crecer, con la satisfacción y admiración propias de ser más que un observador ajeno, de ser, en efecto, eso: hermanos.
En estas que cuento, un hermano mío de los de esa condición, sin que importe la razón por la que lo sea para esto, ni vaya yo a hacer mayor alarde que éste para explicarme (que para eso la relación de fraternidad que elegimos viene presidida por la libertad), ha salido hace nada para el Líbano. Forma parte del contingente que España envía a la base Miguel de Cervantes para continuar la misión de paz que nuestro país lidera bajo las órdenes de Naciones Unidas. El ejército español lleva años desplegándose en misiones humanitarias y para el mantenimiento de la paz en distintas partes del mundo. Si son así, humanitarias y para la paz, es porque: 1) hace falta ayudar, un disparate, y 2) la paz está dañada y en riesgo.
En la parte dos, la paz dañada, leemos todos, supongo, un cierto eufemismo: a la paz la daña la guerra. A veces, son situaciones inmediatamente posteriores a un conflicto abierto, cuando las heridas no están cerradas; otras, para evitar que las tensiones crezcan hasta hacer abrir esas heridas. En algunas, como ésta que le toca a mi hermano (y a la Brigada Guzmán el Bueno, de Córdoba, con los, junto con otras unidades, más de seiscientos militares nuestros que se desplazan), se da un eufemismo completo: las heridas que hay sangran y la guerra es abierta en la zona.
Ni una sola línea dedicaré hoy a la opinión que tengo sobre la razón y las razones en esa guerra, para no opacar, con un retruécano inútil, el sentimiento mezclado de orgullo y gratitud que tengo hacia mi hermano Antonio. Antonio es un tipo menudo, concentrado en esencias, con una mirada noble e inquieta, como quien busca siempre respuestas, y con una sonrisa humilde, como de quien sabe que las encuentra. Y es un hombre bueno. Sobre todo, es un hombre bueno. Sé que cumplirá su tarea como mejor sirva y sé que eso le traerá algún riesgo. Espero que las dos cosas sean asumibles. Es más, confío en que así sea. Pero como no tengo duda alguna de que el honor que atesora en su vida no desaparece cuando viste el uniforme, también tengo miedo. Yo, que no me moveré de aquí. Por eso solo puedo esquivarlo, y reventarlo a golpes para que se vea, llenándolo de orgullo, porque el valiente es él, y de gratitud, porque lo hará por todos.
Cumple, Antonio, con lo que venga, hermano, pero apúntate la misión por la que te abrazo: que vuelvas, tú y todos, sano y salvo.
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