Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
En tránsito
Muchos de los 14.000 muertos que hasta ahora ha causado el coronavirus nacieron en los años 30 o 40. Ninguno de nosotros, por mal que nos hayan ido las cosas, puede imaginarse lo que fue aquello. La Guerra Civil, los asesinatos, la terrible represión (en una y otra zona, no lo olvidemos, pero sobre todo en la franquista porque duró muchísimo más tiempo), el hambre, el miedo, el frío, los piojos, las cartillas de racionamiento… Me pregunto cuánto tiempo duraríamos nosotros -tan quejicas, tan susceptibles cuando nos llevan la contraria- si tuviéramos que vivir lo que vivieron de niños todos estos ancianos que ahora se están muriendo en las residencias o en sus propias casas, en muchos casos más solos que la una, sin nadie que pueda acompañarlos o darles unas palabras de aliento. Todos los que hemos conocido a la gente que vivió la Guerra Civil sabemos lo poco que les gustaba quejarse y la alegría con que procuraban disfrutar de cualquier cosa. Sabían que la vida se podía ir en un suspiro -lo habían visto en sus propias familias, o en las de sus vecinos, si fueron afortunado-, y no estaban para muchas tonterías. Siempre recordaré lo que me contó una mujer que vivió la guerra en un pueblo de Jaén. Cuando terminó la guerra, su padre fue al ayuntamiento a cambiar los pocos billetes republicanos que tenía por billetes "nacionales". Un funcionario iracundo -un hijo de puta- lo echó a empujones gritándole que aquel dinero no valía nada. Y aun así, aquella mujer jamás se quejó y jamás le quiso mal a nadie. Bendita sea.
Fue esta generación la que hizo posible la Transición. Sin la memoria compartida de los padecimientos del pasado, sin la conciencia de que la Guerra Civil fue un horror -y un error- colosal, sin la certeza de que la ideología es un arma que llega a justificar el exterminio del adversario, nadie habría apostado por un régimen que buscaba el acuerdo en vez del odio y el temor. Con nosotros, en cambio, con la gente que aúlla su odio en las redes sociales, la Transición habría acabado en otra escabechina.
Este país nunca le ha prestado a la generación de nuestros mayores el reconocimiento que se merece. Fueron austeros, pacientes, estoicos. Supieron perdonar. Supieron renunciar al rencor. Evitaron el resentimiento. Y es muy triste que ahora les haya llegado este maldito virus y los condene a morir así.
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