La música fue su amante

La ciudad y los días

22 de agosto 2024 - 03:07

Desde que en 1917 formó su primer grupo –The Duke’s Serenades, porque por su elegancia le llamaban el duque desde que era adolescente– hasta su último concierto el 20 de marzo de 1973, cuatro días antes de su muerte, Duke Ellington representó la cumbre creativa del jazz. De sus orígenes más modestos en tugurios hasta los grandes auditorios internacionales. De su aplicación al entretenimiento y el baile –fue el rey del Cotton Club– a su más pura e independiente creatividad desplegada en las largas suites sin precedentes en el jazz –desde Black, Brown and Beige o Liberian Suite en los años 40 a los Concert In Sacred Music de los 60 y 70– sin miedo a afrontar los enormes cambios del jazz, grabando en 1963 con los jóvenes Charles Mingus y Max Roach el vanguardista Money Jungle. O escribiendo la primera banda sonora dramática compuesta por un negro, Anatomía de un asesinato (Preminger, 1959), cinco años antes de la emergencia de Quincy Jones.

En 2009 Global Rhythm publicó sus memorias, La música es mi amante, editadas en Estados Unidos en 1973. Alberto Marina Castillo lo reseñó en este diario. Con motivo del 125 aniversario de su nacimiento Libros del Kultrum lo ha reeditado, como también ha reseñado en este diario Salvador Catalán. Quien no lo leyera entonces tiene la oportunidad de revivir con Ellington gran parte de la historia del jazz evocada por uno de sus más grandes –si no el mayor– protagonistas.

Su original estructura en miniaturas lo convierte, además de en una historia del jazz en primera persona, en una impagable galería de concisos retratos muy bien escritos. Sidney Bechet, Gershwin, Fletcher Henderson, Count Basie, Johnny Hodges, Billy Straihorn, Art Tatum, Armstrong, Ella Fitzgerald, Sinatra, Dizzy Gillespie o Mahalia Jackson, entre otros muchos, reviven en estas páginas que tienen el encanto de una larga conversación con Duke en la que viviéramos y tratáramos aquellos tiempos y personalidades.

Sorprende, porque es poco habitual, la cálida generosidad con la que agradece los talentos de quienes le ayudaron y celebra el genio de sus coetáneos. Hasta el gran Paul Whiteman, el músico blanco que se autoproclamó The King of Jazz, maltratado por los jazzistas negros puristas, recibe su homenaje en una preciosa evocación de sus visitas al club en el que un jovencísimo Ellington tocaba. Un libro que se lee como si se viviera.

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