El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
tribuna
Q UIENES amamos la música somos claramente mayoría. La música es el arte masivo de nuestro tiempo y pocos renuncian a su reconfortante compañía. Un ilustre ejemplo (y lo cito ya porque a él se refiere parte de este escrito) sería el actual ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, que recientemente (una entrevista de mayo en la revista Rolling Stone) hablaba con pasión de su gusto por los mejores pop y rock en lengua inglesa.
Los que, además de amar la música, pensamos que su estudio y práctica en escuelas e institutos debiera ser una realidad en las sociedades modernas, posiblemente seamos un grupo algo menos numeroso que el aludido en primer lugar. Y no se sabe muy bien si en él están los responsables educativos de los gobiernos anterior y presente, ya que el anterior redujo la presencia de esta asignatura en la ESO y el actual pretende eliminarla del Bachillerato. Es curioso que el arte de los sonidos apenas encuentre en la escuela un pálido reflejo de la importancia social e individual que tiene fuera.
Si, continuando la progresión de nuestro razonamiento, nos referimos ahora a las personas que pensamos, además de lo anterior, que el hecho musical debiera ser objeto de estudio y análisis a través de asignaturas análogas a otras como Literatura Universal o Historia del Arte, mantenidas por Wert en su proyecto de reforma, ya vamos quedando menos. Hijos poco rebeldes del sistema educativo que vivieron, muchos políticos e intelectuales siguen pensando que merece más la pena que los bachilleres se acerquen en clase a las Señoritas de Avignon de Picasso o al Romancero gitano de Lorca que al Sombrero de tres picos de Falla. Hablar de música para muchos de ellos es limitarse a algún género menor o confesar sin pudor y entre risas que ellos son totales analfabetos musicales y/o que carecen de oído musical. O sea, visto desde el otro lado, sería como si afirmaran que les interesa mucho la música de Victoria, Mozart, Bach y Beethoven, pero en filosofía prefieren libros de autoayuda y las únicas obras literarias que conocen bien son los monólogos del Club de la Comedia. ¿Velázquez? ¿Es un pintor verdad? Es que en pintura soy un total analfabeto: soy malísimo recordando caras.
Imagino que esta realidad de buena parte de la intelectualidad española estará en la base de que la proyectada reforma elimine la rama escénica y musical del Bachillerato de Artes, con el añadido de impedir que la asignatura Historia de la Música y de la Danza (una de sus materias de modalidad) pueda ofrecerse como optativa en el Bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales, tal y como ahora se hace al menos en Andalucía.
Pienso que, aunque nuestra especialidad no sea la educación de adultos, los profesores de música de todos los niveles de enseñanza debiéramos hacer un esfuerzo pedagógico por explicar a los responsables de las administraciones educativas (e incluso a los profesores de otras materias) que la música no sólo forma parte de la cultura, sino que además tiene un fuerte carácter de crisol que engloba y ayuda a entender muchas otras disciplinas, así como a entenderse desde ellas: la lengua, la física, la literatura, la historia social, la filosofía, las artes plásticas, los idiomas... Privar al grueso de la sociedad de un acercamiento académico al hecho musical, pensando que eso es cosa de especialistas, es un disparate, no sólo por excluir la reflexión sobre algo que forma parte de la vida de todos, sino también por desaprovechar la oportunidad de mejorar la competencia en eso que el ministro llama "instrumentales" (no, no se refiere a las músicas sin voces: se refiere a la Lengua y las Matemáticas) a través de la música. Hablar de música para hablar mejor; desentrañarla para pensar con mayor profundidad.
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