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Córdoba/Llevamos varias semanas con las ciudades y los pueblos alborotados: luces por todas partes, villancicos, nacimientos, adornos, cacharritos para los niños, comidas para los mayores, concursos, visitas, compras y regalos … ¡Qué jaleo!, y todo, porque nace un Niño. La verdad es que abrazar a un recién nacido es muy hermoso.
Esta semana he visitado a una familia amiga en la maternidad de un hospital. El bebé dormía plácidamente junto a su madre. Me enseñaron una foto hecha poco después del parto, la niña cogía con su minúscula manita el dedo de su madre, segura, tranquila, confiada. Me dejaron que la acunara un rato y ¡qué felicidad! Los niños son nuestra mayor riqueza, nuestro futuro.
Dice el Salmo 127: “La herencia que da el Señor son los hijos; su salario, el fruto del vientre: son saetas en manos de un guerrero, los hijos de la juventud. Dichoso el hombre que llena con ellas su aljaba: no quedará derrotado cuando litigue con su adversario en la plaza”. Desde siempre se han considerado un gran bien los hijos. La confusión actual, la renuncia a la procreación, el ver a los hijos como una carga, no deja de ser antinatural, obra del maligno. Un nuevo niño es un regalo, el futuro para la familia, los padres y la sociedad.
Ante el invierno demográfico de España, algunas autoridades locales están promoviendo la procreación con ayudas económicas, publicidad, etc. Pienso que los medios y los ciudadanos con un poco de sentido común deberíamos mostrar una actitud más positiva y esperanzada frente a la paternidad. Basta con ver la sonrisa de un niño, su inocencia e ingenuidad, para darse cuenta de su inmenso valor.
Cuenta Marian Rojas Estapé, conocida psiquiatra y escritora, que, para impartir una conferencia importante, tuvo que delimitar mucho el tiempo entre el acto y dar el pecho a su bebé; debía atravesar Madrid en horas de mucho tráfico. Llegó a su casa muy estresada, nerviosa y notó que, según iba amamantando al bebé, se fue aplacando, tranquilizando y serenando. Concluyó que este acto materno estimulaba la secreción de dopamina, la hormona del placer. La naturaleza, expresión de la Providencia divina, sabe hacer muy bien las cosas; cuando se la respeta, coopera con nuestra felicidad; en cambio, si vamos en su contra, nos hacemos daño.
Narra el Evangelio de hoy un doble encuentro: el de dos madres, una muy joven y otra madura, y el de dos criaturas, aun dentro del seno de sus madres. María e Isabel, Juan el Bautista y Jesús. “Y cuando oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando en voz alta, dijo: -Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”.
Confluyen lo humano con lo divino. Isabel y Juan perciben el halo de la divinidad, la belleza de la gracia, del don de Dios junto al gozo del encuentro. Todos se alegran, adultos y niños. La Navidad es nuestro “tropiezo” con la trascendencia. A través de un Niño recién nacido nos llenamos de la luz de Dios, de su santidad. Es tiempo de esperanza; la imagen de un Niño que nace, de una nueva vida que comienza, nos invita renacer, a ser en plenitud, a volver a los inicios y desarrollar nuestra totalidad e integridad; a soñar en alcanzar nuestros deseos.
El Papa ha querido dedicar el nuevo jubileo del 2025 a la Esperanza. En Nochebuena no solo nacerá Jesús en el Portal de Belén, naceremos todos con Él, renacerá la esperanza. Para disfrutar de estas Navidades, hagámonos niños confiados; olvidemos las malas experiencias, los resabios, dejemos que se curen las heridas. Perdonemos y pidamos perdón. Un buen reseteo del disco duro nos irá muy bien: una buena confesión, un sincero pedir perdón y olvidar las ofensas.
“Por aquellos días, María se levantó y marchó deprisa a la montaña”. Marchemos también nosotros llenos de confianza, vayamos al Portal como los niños. Escribe Monseñor Ocáriz: “A veces, en la vida se pasan momentos complicados. Pero siempre podemos dirigir nuestra mirada a Jesús Niño para confiarle nuestras inquietudes y deseos. No estamos solos en ningún momento, porque Cristo quiere compartir con nosotros su paz; una paz que, como sucedió en Belén, no siempre significa ausencia de problemas, sino la certeza de la fe en el amor de Dios por cada uno. Este es el fundamento de nuestra esperanza”.
Quien tiene esperanza, ama la vida, ama las vidas nuevas, ama a los niños ¡Qué nuestras calles y plazas se llenen del alegre bullicio de los niños!
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