Ser o no ser, esa es la cuestión

Tribuna

Ya nada es sólido, duradero, claro. Preferimos lo circunstancial, lo apetecible a lo auténtico. Así huimos del compromiso

¿Cuerpos sin alma?

Una representación de 'Hamlet'.
Una representación de 'Hamlet'. / Efe

23 de marzo 2025 - 06:59

El dilema de Hamlet, en la obra inmortal de William Shakespeare, "ser o no ser, esa es la cuestión", plantea una de las reflexiones más profundas sobre la existencia humana, el sufrimiento y las decisiones trascendentales. Ahora, la filosofía postmoderna cuestiona lo trascendental, tiende a rechazar las verdades universales, las estructuras jerárquicas y las nociones esenciales del ser. Prefiere no utilizar el verbo ser, que indica esencia, permanencia, existencia concreta, realidad; lo consideran muy fuerte, rígido y comprometido. Las teorías queer y críticas de género argumentan que el ser no es algo fijo, sino una construcción contingente y fluida. La realidad es como yo la pinto y, dentro de un rato la puedo repintar.

Dentro de este contexto cultural -o de incultura-, lo que leemos en el libro del Éxodo es poco asumible: “Dijo Dios: No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado. Y añadió: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob… Si ellos me preguntan: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les respondo? Dios dijo a Moisés: "Yo soy el que Soy, esto dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envía a vosotros”.

El autor sagrado se recrea en el ser; Dios es el que es. Cuando no queremos quitarnos las sandalias ante Él, como muestra de respeto, de aceptación de que Dios es y no nosotros, que participamos de su ser, que dependemos de otro, que todo lo que tenemos es recibido nos justificamos en el nihilismo, transhumanismo o el materialismo científico. Los pensadores posmodernos rechazan esta idea clásica y argumentan que el ser es una construcción social y cultural, más que una verdad universal.

Si perdemos el ser, lo que somos y da unidad y sentido a nuestra vida, caemos en la fragmentación de la personalidad, en la incoherencia. Podemos asumir diferentes identidades dependiendo del entorno o las relaciones en las que nos encontremos, de lo que sentimos en un determinado momento. Ya nada es sólido, duradero, claro. Preferimos lo circunstancial, lo apetecible a lo auténtico. Así huimos del compromiso. Vamos revoloteando de flor en flor como inocente mariposa. Caemos en la inmadurez, en la tiranía del relativismo que nos encierra en un laberinto sin salida.

Si queremos paz, estabilidad y seguridad, hay que volver a la verdad, rescatarla. Llamar a las cosas por su nombre y no refugiarnos en los relatos que deforman la realidad.

¿Qué idea tengo de Dios? ¿Cómo es el Dios en quién creo o dejo de creer? ¿Quién soy yo? Son cuestiones que configuran la existencia, que tejen la sociedad. Debo darles respuesta y respuesta adecuada. La Cuaresma nos invita a la reflexión, a la introspección, a la oración. Es tiempo de escucha, de formación y profundización.

El Evangelio narra unos desastres acaecidos en tiempos de Jesús y cómo son interpretados como castigos de Dios: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera”. Tienen una idea equivocada de Dios, un ser castigador, justiciero. El dios que ellos piensan no es el verdadero Dios.

San Pablo se dirige a los atenienses en el Areópago, un lugar donde se discutían ideas filosóficas y religiosas, y aprovecha la oportunidad para hablarles del "Dios desconocido" que ellos adoraban sin conocer. Afirma que este "Dios desconocido" es en realidad el Dios creador de todo, que no habita en templos hechos por manos humanas ni depende de los servicios humanos. Les explica que Dios dio vida a todo ser humano y determinó los tiempos y lugares en que vivirían, para que todos lo busquen y lo encuentren, ya que "en Él vivimos, nos movemos y existimos".

También nosotros somos, hemos recibido el ser, que es un don del Creador. Somos fruto de un gran Amor, de una inteligencia suprema. No hay nada equivocado en nosotros; quizás nos falta visión y perspectiva para ver nuestra grandeza. En vez de revelarnos, de quejarnos por lo que no tenemos ni podemos hacer, deberíamos asombrarnos ante la inmensa cantidad de posibilidades que tenemos. Mirarnos en positivo, descubrir el don que tenemos y ponerlo en valor, potenciarlo. ¡Qué grande es nuestra vida cuando la gastamos por amor, cuando vemos que Jesús es el artista que la llena de color!

En una carta a Timoteo afirma “porque sé de quién me he fiado”. Acudamos a Él, al que es Señor y dador de vida, y no dudaremos, no caeremos en el dilema de “ser o no ser”.

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