Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Universidades
Lo dijimos durante la grave y profunda crisis económica de 2008: saldremos mejor. Lo volvimos a repetir, y con insistencia, nos dolía la boca de tanto hacerlo, durante la pandemia provocada por el Covid-19: saldremos mejores. Y han empezado a repetirlo en los últimos días, tras la tragedia vivida en Andalucía, Castilla La Mancha y, sobre todo, Valencia, como consecuencia de la DANA que nos ha asolado: saldremos mejores. No aprendemos la lección, pecamos de optimismo, qué exceso de confianza en nosotros mismos. Claro que no saldremos mejores, nunca lo hacemos. Salimos, los que salimos, como podemos, con nuevas cicatrices, nuevos resquemores y nuevos dolores. Salimos con el gesto avinagrado, la voz ronca y convulsa y la mirada oblicua. Salimos desganados, desconfiados y cabreados. Muy cabreados. Salimos echando espuma por la boca, compartiendo el veneno que bulle en nuestro interior.
No saldremos mejores porque en el durante, en el momento en el que nos encontramos, la estamos liando parda. No dejamos de hacer el ganso, el bestia, y nos comportamos como auténticos monstruos (no creo que podamos compararnos a los animales, mucho más correctos y sosegados que nosotros). Esa es la realidad. En ocasiones anteriores, hemos tenido la paciencia, o la decencia, de esperar un poco antes de sacar los dientes y despotricar, pero ahora no. Seguía lloviendo de manera violenta, y ya estábamos culpando a unos y a otros, por los más diferentes e insospechados motivos. Si se declara emergencia nacional, mal, si no se declara, peor, si se visita la zona afectada, horrible, si no se visita, vaya inmundicia. Y así todo, y vuelta a empezar. Que no deje de girar la noria en la que molemos el odio que necesitamos repartir. Y no creo que sea por un efecto liberador, más bien por contagiar a los que tenemos cerca. Necesitamos justificarnos, y no sentirnos solos. Que nuestra rabia sea la rabia de los demás.
No saldremos mejor, pero es que tampoco lo pretendemos, por mucho que digamos lo contrario. Y nos disfrazaremos de Clint Eastwood, o de Jack Nicholson en El resplandor, o tras una careta de lo que sea, con nombre falso, por supuesto, e inundaremos las redes sociales y los foros de los periódicos con infamias, insultos y mentiras. Seremos violentos, más que ácidos, terribles, grotescos, no tendremos límite, traspasaremos todas las líneas rojas imaginables, escondidos tras el anonimato. Seremos como nunca seríamos con nuestro nombre real, dando la cara. Seremos lo que nunca queremos ser, o eso decimos. Lo que criticamos, porque todo el mundo crítica. Vándalos. Pero lo seremos. Hace poco leí algo que me estremeció profundamente: solo un 1% de los psicópatas (como tal) dan la cara y traspasan la frontera, cometen algún tipo de delito. Y ese 99% de psicópatas que se quedan en la retaguardia, no cruzan el límite por diferentes motivos, pero, sobre todo, porque hay leyes y temen ser descubiertos. No por autocontrol, o por conciencia, o por algo parecido a la moral. No. Por miedo a ser descubiertos. Las ganas permanecen. Y tras la silueta de Clint Eastwood encuentran cobijo, de momento.
No, no saldremos mejor. Una nueva muesca que sumar. No lo entendemos como una lección aprendida, y sí como una nueva ración de odio asumida. Y así nos va, Cada día más aferrados a nuestras ideas, que entendemos como inmutables. No contemplamos variar, cambiar, aceptar, valorar, sopesar nada de lo que damos por sentado. El diálogo, el intercambio de ideas, el aprendizaje, enriquecernos de lo desconocido, para qué. Todo lo sabemos. Me gustaría ser más optimista, pero es lo que he contemplado en los últimos días. El imperio del bulo, la constancia del enfrentamiento, el insulto como necesidad. Interpretaciones absolutamente arbitrarias de la realidad, negación de las evidencias. No saldremos mejor, saldremos más reafirmados en lo que somos, que es salir un poco peor, y hasta mucho peor. Y así hasta encontrar un nuevo episodio en el que volcar todas nuestras vísceras. La lluvia, por suerte, parece que se ha calmado, pero el fango se ha quedado. Y hay quien no quiere sacar los pies.
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