Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
La ciudad y los días
Al igual que cuando febrero marcea hay mañanas que anuncian los gozos de marzo, hay tardes de agosto, como la del sábado, que parecen anticipar los de septiembre. Cielo gris, viento, veletas que giran con un leve chirrido, ondear de la ropa tendida, mecerse de los pocos y afortunados cipreses que no han sido destinados donde usted ya sabe…
Hace un tiempo podía escribirse que un día así anticipaba los gozos del otoño, pero el dichoso calentamiento global hace que el calor sobrepase la frontera estacional del verano, del confortador regreso de la rutina cotidiana y de las festividades que marcan las estaciones. Nadie espere que desde el 23 de septiembre sea otoño en su pleno, dorado, suave y amablemente melancólico sentido. Nadie espere que el olor a lápices, gomas, papel de cuadernos y libros nuevos del 11 de septiembre en el que empieza el curso escolar traiga ese cierto fresco que solemos asociar a lo que los franceses llaman la rentrée, el celebrado regreso de la cotidianidad que ahora los medios imbéciles se empeñan en oscurecer con la tarara de la depresión posvacacional que los más cursis llaman trastorno adaptativo. Nadie espere que el 29 de septiembre mercedario, el 7 de octubre rosariano o el 15 teresiano traigan los cielos, nubes, lluvias y frescos que a estas celebraciones otoñales corresponden. Si acaso para el funesto cambio de hora de la madrugada del 29 de octubre, los Santos o los difuntos llegará, con un mes de retraso, el otoño. Si no hay que esperar a los besamanos de la Amargura y la Presentación o aún más, que el veranillo de San Miguel puede llegar aquí hasta San Andrés.
Los días se acortan, sí, con gran consternación de quienes somos hijos de la luz. Puede que se declare una tregua, como la de ayer, que nos permita salir de las trincheras del aire acondicionado sin asarnos. Pero el calor, cada vez más pegajoso, como esos besucones dados a restregarnos la mano por la espalda sobre todo en los duelos o esas visitas que no se van ni poniendo una escoba detrás de la puerta, no nos dejará. No se hagan ilusiones. No tarareen el otoño de Vivaldi, ni September in the rain de Sinatra, ni a nuestra Gelu cantando “cuando llegue septiembre todo será maravilloso”, porque el calentamiento la ha desmentido. Pasarán las olas de calor, sí. Pero llegará la pegajosa marea mansa de septiembre anegándolo todo hasta octubre o noviembre.
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