La oportunidad

30 de diciembre 2024 - 03:06

Uno, a veces, tiene suerte. Yo soy un hombre afortunado. Ahora, en estos días cuando un cierto convencionalismo puntual como los relojes de fin de año, Tendillas, Puerta del Sol, Big Ben, impone, por un lado, tiempo de balance e inventario, y por otro, propósito de enmienda y definición de objetivos, yo, básicamente, me solazo. Es más, me dejo llevar. Aunque exprima cualquier opción aventurada para cerrar en un par de días lo que el año que viene seguirá vivo y me enfrente con quien sea para tapar los agujeros por donde intenta huir despavorida la felicidad, sé que, en fin, poco depende de mí. Lo hago porque debo, pero no porque sepa. Ni siquiera porque lo desee. El único balance que extraigo es que soy un tipo afortunado.

En mis suertes está una referencia excepcional que gasta libertad, conocimiento y bonhomía a quintales. Medicina y don de Dios, al tiempo, de ley. Tuvo la responsabilidad de darme la bienvenida en el viaje que ya ha cambiado mi vida y sus palabras escritas fueron las únicas que no se convirtieron en ceniza aquella vez. Las conservo todas. Suele recuperar a menudo a Henley para repetir que “ya no importa cuán estrecho haya sido el camino, /ni cuántos castigos lleve a la espalda: /Soy el amo de mi destino, /soy el capitán de mi alma.” Henley y él tienen razón y la saben dar. Le miro y quiero yo mirarme así. Es ejemplo de los que son mi rumbo.

En mis suertes está toparme, de nuevo, por casualidad, por el encargo de unos cigarros, con un viejo amigo y, no tan viejo, profesor antiguo. Buceando en sus aficiones me enseña, sin saber que me enseña, cómo se empiezan los cuadernos nuevos de la vida: “siempre abría horizontes, siempre ofrecía perspectiva”. Y a seguir sonriendo.

En mis suertes está aprender un mundo nuevo, cuando ya no tenía ninguna opción razonablemente posible que pudiera seducirme. Un reto diario, un afán cada vez distinto; al paso, horroroso, al paso, fantástico; una montaña rusa extraordinaria, cruel y escandalosamente atractiva, fuera de horas y de medianías, que tritura y eleva, como el pan nuestro de cada día que es, y que fluye.

En mis suertes están los míos. La esencia por la que me dirijo. Para los que construyo. En mi suerte está ser, también, suyo.

En mi suerte definitiva estás tú.

No hago balance ni realizo inventario. Me solazo, he dicho. Contemplo que soy afortunado. Camino y mañana volveré a caminar. Y el día después de mañana otra vez volveré a hacerlo. Pico piedra y, como todos los días, será otro. Si llega con la misma fortuna, estupendo; si no fuera así, un único propósito: buscarla, estar listo para que llegue. Expectante e insistente. Porque está ahí, en algún sitio, en alguna veta, y siempre te espera para que, cuando lo sepas, des gracias y lo disfrutes. Es fácil. Se trata de no despreciarla. Feliz oportunidad nueva.

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