La orejona

03 de junio 2024 - 00:00

Sin sustos, que escribo hoy de fútbol y, además, del Madrid. Vale, admito sin matices que no soy muy aficionado (me gustan los partidos importantes, pero no soy un seguidor, digamos, pro) y, sí, admito mucho más que merengón, lo que se dice merengón, pues tampoco. Sin mucho espíritu de discordia, pero con bastante de guasa, suelo molestar a mis amigos madridistas diciéndoles que, aunque no sepa muy bien a quién seguir en esto del fútbol (que sí, que el Barça; que sí, que el Atleti), una cosilla tengo clara, les digo, insisto, que el Madrid pierda en los entrenos y hasta el autobús.

Fuera de chascarrillos, el Real Madrid es sin ningún género de dudas el mejor club de todos los tiempos, la cabra, el GOAT, Greatest of All Times, como se diría en otros deportes. Lo que ha hecho a lo largo del tiempo y lo que lleva haciendo en la última década es de un nivel tan increíble que, se sea o no seguidor suyo, solo puede reconocerse y admirarse. Con independencia del equipo de los amores de cada cual, objetivamente, ganar quince veces la Copa de Europa, la Champions de hoy, y seis de ellas en los últimos diez años es una marca que deja a ocho copas de distancia al siguiente en la lista, que no es ni cojo ni manco, el Milan: si el Madrid entrase en barrena hoy y no ganase ninguna competición europea, pasaría, con la misma estadística de éxito en otro, más de otra década para que alguno le disputara su posición de absoluto liderazgo.

Una de las cosas que más me gustó de la final del sábado pasado es que el brío del Madrid, el oficio que siempre está en todos los equipos triunfadores pero que pocas veces destaca porque lo hace el brillo innegable de los estrellones, también resultó ganador. En la primera parte, el Borussia llevó al Madrid a tener que aguantar un velocísimo empuje y las estrellas de los blancos estuvieron descolocadas, sin demasiado espacio y con pocas apariciones. En esa primera parte, hubo mucho trabajo de zapa del Madrid del oficio y cierta fortuna. La segunda fue trabajo de más oficio aún. Con un Borussia algo menos rápido (normal, dado el desgaste e intensidad de su primera mitad), el Madrid a insistir y premio para el que más lo hizo, desde la banda, abajo y arriba: Kroos, tiralíneas desde la esquina, y cabezazo a la clásica (Santillana en sus tiempos) de Carvajal. Un currante, siempre fiable, casi nunca destacado, abrió el melón. El Borussia, ejemplar en la batalla, se dolió la pena y, espacios abiertos, encajó un segundo de Vinícius, ya de firma habitual de estrella. Campeones. Pero lo que me gustó más es que siéndolo todos, que lo son, reconocieran también a Carvajal, el currante, el del oficio, como el MVP de la final. Campeones porque son estrellas, pero son estrellas porque hay trabajo que las soporta.

La número quince se la lleva el Madrid y nada hace pensar que vaya a parar la cuenta. Enhorabuena, Madrid. Y a Mariano, Fernando y Francis, tres de los buenos: ¡disfrutad, merengones!

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