Juan Luis Selma

Otro modo de ser justos

Tribuna de opinión

Intentemos ser justos en el sentido evangélico, procurando tratar con comprensión al otro

Los miembros del Tribunal Constitucional.
Los miembros del Tribunal Constitucional. / Alberto Ortega / Europa Press

19 de febrero 2023 - 06:01

Me ha llamado la atención la rapidez con la que el nuevo Constitucional ha abordado el tema del aborto, dormido en “el sueño de los justos” más de trece años. Nos hemos acostumbrado a que los encargados de la justicia ya no deben ser neutrales. A la pobre justicia le han quitado la venda. Ahora parece que los jueces son progresistas, en su mayoría o, conservadores, unos pocos. Yo pensaba que tenían que ser justos.

Dice el Artículo 15 de la Constitución: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”. Pues resulta que al Alto Tribunal interpreta que donde dice todos se puede leer algunos y que, por lo tanto, se puede abortar tranquilamente. Dicen los obispos españoles que: “Esta decisión permitirá entender el aborto como un derecho, declarando constitucional que haya seres humanos que no tienen derechos, y avalando de este modo una ley ideológica, anticientífica y que promueve la desigualdad”.

Contemporáneamente a esta decisión se ha aprobado la ley del Bienestar Animal, en la que se defienden los derechos de estos, cosa que, en principio, me parece bien. Pero según sus normativas, a partir de ahora, un acto más o menos habitual, como es matar una rata o una culebra que se te cuele en casa, puede derivar en una condena de hasta 18 meses de cárcel. Incluso se puede castigar más severamente el maltrato de una mascota que el de una persona. Hay una equiparación a la baja entre un animal racional, ser humano, y un irracional.

Se respira también en el ambiente un afán de criminalizarlo todo, de reivindicar, de enfrentar. Al otro se le concibe como un adversario, alguien que me invade. Velamos más por defendernos, por imponer nuestras ideas, por adaptar el mundo y los demás a nuestros intereses, que por buscar la verdad. Así “justo” puede ser lo que a mí me interesa, “injusto” lo que no me conviene.

Podemos pensar que lo justo es equivalente a lo legal. Así lo entendemos ahora. Por lo tanto, las leyes que emana el Estado serían siempre honestas y buenas. La historia nos dice que en absoluto es así: la esclavitud fue durante muchos siglos no solo admitida, sino que era la base económica fundamental de los imperios. Si la justicia dependiera solamente de los hombres, de los gobernantes, de la opinión pública, necesitaría taparse los ojos para no avergonzarse de sí misma.

Lo justo no es opinable ni negociable, tampoco es fruto de un consenso. Tiene unas raíces mucho más profundas. Está impreso en el ADN de las cosas, del hombre, de la naturaleza. Con la inteligencia y el estudio imparcial, esforzado, desapasionado, lo podemos encontrar. Si la clásica definición de justicia es la de “dar a cada uno lo suyo”, no podemos olvidar que lo más suyo es lo que es: para un creyente el otro es un hijo de Dios. Así lo ético será tratar a los demás como la imagen de Dios, con la dignidad dada por Dios que se merecen.

Leemos en el Evangelio: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero yo os digo: No hagáis frente al que os agravia… Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”.

Hay una justicia mejor, respetuosa con lo que son los demás, que busca dar a cada quien lo suyo, lo que su ser merece. Que no olvida la dignidad de las personas y no va en su contra. Las leyes humanas no pueden obviar, ni ir en contra la naturaleza: la ley natural. No solo hay gobiernos Frankenstein sino también justicia Frankenstein. Para poder legislar a favor de la humanidad hay que creer en ella, no reinventarla y manipularla. No se puede olvidar que los hombres existen porque son amados por Dios.

Las difíciles afirmaciones del Evangelio tienen su explicación en que estamos diseñados para amar. No podemos tratar al prójimo justamente sin amarlo. No cabe un amor injusto que no le trate desde su realidad, desde su verdad. Dice Jutta Burggraf: “Todo el que ama sale de sí mismo, va hacia el encuentro con otro; hasta cierto punto, “vive” en el otro y hace que este, a través del amor que le da, exista de una manera nueva y diferente, como hijo o hija, novia o novio, amigo o amiga”.

Intentemos ser justos en sentido evangélico procurando tratar con grandeza, con amor, con comprensión al otro. Sin juzgar las intenciones y manteniendo el compromiso con la verdad. También es humano y cristiano ser misericordioso.

stats