
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
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Monticello
El nuevo mandato de Donald Trump incorpora una retórica política que no sólo confronta con elementos centrales del ideario progresista, sino que también lo hace con lugares que han definido la identidad del pensamiento liberal conservador en un país como España. Así, por ejemplo, si frente a la retórica decolonial, se ha afirmado la existencia de una commonwealth implícita con las naciones hermanas de Hispanoamérica, resultaría muy cínico pasar por alto el desprecio discursivo que respecto a Hispanoamérica, y buena parte de los hispanoamericanos que trabajan en los USA, ha manifestado el Presidente electo. Del mismo modo, quienes han defendido la causa ucraniana como una causa vinculada a la propia identidad liberal de Europa, tienen que sentir repulsión al escuchar los elogios de Trump a la sagacidad y oportunidad de Putin con su invasión. Y, considerando la simbiosis entre Musk y la nueva administración presidencial, para aquellos que han manifestado su compromiso con el Estado de Israel, la imagen del dueño de X en un mitin de la AfD, sugiriendo la necesidad de superar la culpa alemana respecto al holocausto, no tiene que haber resultado cómoda. En todo caso, la crítica, desde presupuestos liberales, a lo que significa Trump, se enfrenta a una dificultad, y es que, con probabilidad, la única forma de alternancia política en España pasa por un pacto con una fuerza política como VOX, explícitamente alineada con el movimiento que ha vencido las elecciones norteamericanas. Un subterfugio explorado, para conciliar la impugnación al trumpismo, sin remar a favor de la izquierda, es el de trazar un paralelismo entre el populismo iliberal triunfante en los USA y aquel que padecemos aquí, con un Presidente instalado en la lógica amigo enemigo que desprecia con frecuencia la importancia de la neutralidad institucional y las exigencias de la separación de poderes. En mi opinión, este paralelismo no es cierto y además es nocivo. Si bien se puede compartir –y yo lo hago– el diagnóstico sobre la acción política de nuestro Presidente, creo que es necesario diferenciar entre quien actúa tensionando elementos centrales del régimen constitucional y quien, habiendo intentado perpetrar un golpe de Estado, impugna de forma disruptiva, y explícita, las bases del orden político liberal. Distinguir entre el mal gobernante y el enemigo de la democracia no es ya un presupuesto moral del liberalismo, sino también la única forma eficaz de echar al mal gobernante del poder y defender, a su vez, a la democracia de sus enemigos.
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