El párroco de todos

Quousque tandem

Francisco llegó, casi desde el fin del mundo, como dijo a los fieles congregados en San Pedro el día de su elección y lo hizo con la sencillez del párroco y el buen humor que pide Santo Tomás Moro a Dios en su hermosa oración, tan querida por el Papa: «Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás». Nos conquistó a muchos con sus gestos de amor y humildad. Como jesuita, abrió su mirada al mundo. Así los quiso su fundador, San Ignacio; misioneros itinerantes, dinámicos, predicadores del Evangelio que administraran los sacramentos en cualquier lugar, por lejano o apartado que este fuese, donde existiera la más mínima esperanza de lograr el bien mayor. Cercano a los pobres, a los desfavorecidos, a los indigentes, a los emigrantes, a los refugiados… Pidiéndonos siempre que no apartemos nuestro rostro del pobre.

En una decisión poderosamente simbólica tomó el nombre del Poverello de Asís. Y siguiendo su ejemplo de modestia, su pontificado fue un soplo de aire fresco, generosidad, fraternidad y espontaneidad. Un canto a la vida y a la Creación. Un recuerdo constante a la dignidad humana como el mayor don recibido de Dios. El Papa Francisco supo conjugar el respeto a la tradición con la necesaria renovación ante las nuevas realidades que nos rodean. Porque, a diferencia de lo que creen muchos tristes, la tradición no huele a alcanfor sino a vida; no es la campana que dobla sino la que repica; no es llanto sino alegría. No se movió un ápice del dogma ni de la doctrina, pero supo presentarlo a nuestros ojos con las sencillas palabras del párroco, aunque fuera más que capaz de hacerlo con los intrincados razonamientos del teólogo.

Se fue como llegó, con la sonrisa en los labios. Y quiso reposar junto a María, la Buena Madre. En Santa María la Mayor celebró san Ignacio de Loyola su primera misa. El Obispo de Roma se acogió a los brazos amorosos de la Virgen de las Nieves, la Protectora del Pueblo Romano, a quien visitó al día siguiente de su elección como Papa. No sé cómo lo recordarán otros; pero sí, cómo lo recordaré yo. Como el Papa que reconoció la necesidad de contar con la mujer en la Iglesia, que celebraba su cumpleaños con los indigentes, que siguió abandonando el boato y luchó con firmeza contra los abusos a menores. Como nos recordó aquella tarde en la soledad de San Pedro y en mitad de la pandemia; nadie se salva solo. No temas a la soledad -nos dijo- Dios siempre está junto a cada uno de nosotros.

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