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Han transcurrido cinco años desde que un 14 de marzo se nos sometió a un confinamiento brutal, para combatir una pandemia donde un enemigo invisible, con nombre propio (SARS-Cov-2) y de procedencia desconocida, sembró nuestro planeta de muerte, incertidumbre y gran pánico. Una pandemia que ha motivado profundos cambios en todos los ámbitos de la sociedad mundial, desde la organización de los sistemas sanitarios, hasta la sostenibilidad, la economía circular, pasando por el mercado laboral, las condiciones de trabajo y la productividad, incluso la dificultad para el acceso a la vivienda que vivimos en la actualidad en su máximo exponente.
Cinco años desde que, impulsada por el miedo, la sociedad de forma espontánea organizaba aquellas muestras de resiliencia, con aplauso incluido, entronizando a un personal sanitario que, en primera línea, luchábamos contra un enemigo mortífero al que en un principio ni siquiera sabíamos cómo combatir. Cinco años de guardias agotadoras, en las que, al extenuante ritual de ponerse y quitarse el EPI, se añadía la desoladora escena de la muerte de miles de personas en una fría sala de hospital, con la única compañía de enfermeros/as, auxiliares o médicos cogiéndoles la mano con aquel disfraz de extraterrestre. Cinco años de información telefónica, comunicando con demasiada frecuencia el óbito de tantas personas, sin poder mirar a la cara a los familiares para transmitir tan lúgubres noticias.
Ese mismo personal sanitario, al que se le prometió estabilización laboral, subidas salariales y otras compensaciones, como premio, por exponer no solo nuestras vidas (que era una obligación), sino también la de nuestras familias, personal al que hoy cinco años después de esa heroicidad, se agrede por parte de algunos pacientes y familiares y que nuestra clase política desdeña... En particular a los médicos, obligados a trabajar un número indecente de horas por bajos salarios. Recuerdo a nuestro presidente, en uno de sus innumerables monólogos durante la pandemia: “Saldremos de esta crisis sanitaria más fuertes”. Pero no es cierto. Hoy después de cinco años, médicos y enfermeros/as emigran a otros países, y se percibe un deterioro del sistema sanitario público, según la población. La falta de accesibilidad a la atención primaria, las sórdidas listas de espera quirúrgicas y la percepción de deshumanización del personal sanitarios debido a la sobrecarga asistencial, son una triste realidad.
El Covid ha sido un punto de inflexión y ha supuesto un deterioro de la sanidad del que ojalá lleguemos a recuperarnos algún día.
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