El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
Tribuna de opinión
Córdoba/Quedan pocas horas para terminar el 2024, año rico en acontecimientos y, aunque nada comparable con los de la pandemia, ajetreado también. Muchos sueños se han quedado en el tintero, como el de la paz. ¿Es posible? ¿Me atrevo a volver a soñar? ¿Por dónde empezar?
Hoy es el día de la Sagrada Familia, tras la Navidad, dejamos el Portal de Belén y nos fijamos en el Hogar de Nazaret. Volvemos a día a día, a lo cotidiano y normal. Ya no hay grandes acontecimientos, viajes, ángeles y pastores asomándose. Herodes cebándose con los niños inocentes. Familiares cerrando las puertas a los suyos. Prisas para convertir un pobre y sucio estable en una maternidad medio decente. Reyes y magos con regalos. Incluso las estrellas retornan a la normalidad: el cielo de siempre, hermoso como siempre, si fijamos la mirada en él.
Todo vuelve a estar en nuestras manos, al menos así parece. Una humilde casa, un precioso niño y unos padres que se quieren y le quieren. El trabajo diario en el taller para José y las alegres y humildes tareas del hogar para María. El descanso del atardecer, las conversaciones con los vecinos. Los arrumacos al bebé. Un entorno de paz. Ahora y desde el hogar retorna la paz cantada y anunciada por los coros angélicos.
"Mirad cuál es el ambiente, donde Cristo nace. Todo allí nos insiste en esta entrega sin condiciones: José —una historia de duros sucesos, combinados con la alegría de ser el custodio de Jesús— pone en juego su honra, la serena continuidad de su trabajo, la tranquilidad del futuro; toda su existencia es una pronta disponibilidad para lo que Dios le pide. María se nos manifiesta como la esclava del Señor (Lc 1,38) que, con su fiat, transforma su entera existencia en una sumisión al designio divino de la salvación".
¿Y Jesús? Bastaría decir que nuestro Dios se nos muestra como un niño; el Creador de todas las cosas se nos presenta en los pañales de una pequeña criatura, para que no dudemos de que es verdadero Dios y verdadero Hombre (…). Hay que embeberse de esta lógica nueva, que ha inaugurado Dios bajando a la tierra. En Belén nadie se reserva nada. Allí no se oye hablar de mi honra, ni de mi tiempo, ni de mi trabajo, ni de mis ideas, ni de mis gustos, ni de mi dinero. Allí se coloca todo al servicio del grandioso juego de Dios con la humanidad, que es la Redención» Así describía san Josemaría el ambiente de ese hogar.
Para que la paz sea posible, no bastan las grandes conferencias, los encuentros entre los grandes del mundo. La paz nace de la suma de miles y miles de corazones pacíficos, pacificados y pacificadores. Por mucho fango y barro que haya, la suma de un voluntario tras otro, palada a palada, barrido y barrido, devuelve la esperanza a un pueblo devastado y abatido. Lo estamos viendo en el Levante. Necesitamos voluntarios de la paz, hombres y mujeres, maduros, niños y jóvenes constructores de la paz, de un mundo mejor.
Leemos en el Evangelio: “Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”. Con Jesús podemos crecer, no solo en estatura, en fuerza y belleza física, sino en gracia. Cuidar nuestro interior, crecer en interioridad, reflexión, sabiduría. La paz nace en los corazones purificados, sanados, agradecidos. Veamos todo lo bueno, todo lo que recibimos. No seamos ciegos para el bien.
Copio esta noticia: “Catarroja vuelve a sonreír gracias a la historia de Carmen, una mujer de 91 años cuya vida dio un giro inesperado tras las devastadoras inundaciones provocadas por la dana. La tragedia dejó su hogar inhabitable, obligándola a depender de la bondad de familiares para tener un techo. Sin embargo, cuando parecía que el desastre había arrasado también con sus esperanzas, la solidaridad de un empresario local marcó la diferencia. Gustavo, conocido por su compromiso con la comunidad, movilizó un equipo de profesionales que en apenas cinco días reconstruyó la vivienda de Carmen, devolviéndole no solo un hogar, sino también la dignidad”. "¡Gracias, gracias, gracias!", repetía Carmen entre lágrimas, visiblemente conmovida”.
Si todos hacemos lo que está en nuestras manos, si nos ponemos a ayudarnos, a construir, en vez de criticar y “tirarnos los trastos a la cabeza”, cambiaremos el mundo. Acaba de comenzar el jubileo de la Esperanza, tengamos confianza, recorramos el nuevo año con un corazón renovado y pacificador. Primero pongamos paz y orden en nuestro interior, llamemos a las cosas por su nombre: soy egoísta, soberbio; proyecto sobre los demás mis defectos y pecados.
Voy a cambiar yo, el modo de ver las cosas, y así mejorarán los demás. Busquemos la paz y la reconciliación familiar perdonando y olvidando. Juntemos esfuerzos y caminemos junto a los que piensan de otro modo. Dejemos de ver contrincantes y enemigos por todas partes y veamos hermanos.
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