¿Y yo tengo pecados?

Tribuna

Hemos olvidado el pecado; lo hemos guardado en el baúl de los recuerdos. Pecados, lo que se dice pecados, sentimos que no tenemos

¿Qué hace un sacerdote?

Una monja se confiesa ante un sacerdote
Una monja se confiesa ante un sacerdote / El Día

Córdoba/Lo del pecado puede parecer algo anticuado en ciertos ambientes, pero sigue siendo totalmente vigente. Hace unos días, un joven me preguntaba si antes la gente se divorciaba tanto como ahora. Lo decía porque sus padres estaban separados y ahora, unos tíos suyos, quienes eran su referente familiar, después de un largo y ejemplar matrimonio, también se estaban divorciando. El chico no entendía nada. En su juventud e inocencia, creía en el amor para siempre. ¿El amor verdadero, duradero y entregado, sigue existiendo? ¿Es posible?

En la interesante conversación surgía la influencia de las series, las redes sociales y el ambiente frívolo que nos rodea. Si una mujer se queja de su marido a sus amigas, la respuesta más frecuente es mandarlo a la porra: "Que le aguante su madre y tú búscate otro. Que nadie te amargue la vida". Si hablamos de ejercer el trabajo con honradez y deontología profesional, nos dirán que "aprovéchate y fórrate, porque el primero que roba es el Estado". En el caso de plantearse la fidelidad conyugal, la respuesta será: "No pasa nada, un día es un día". Y así sucesivamente.

Hemos olvidado el pecado; lo hemos guardado en el baúl de los recuerdos. Incluso, cuando algo remuerde un poco nuestra conciencia y decidimos confesarnos después de mucho tiempo, lo que solemos decir al confesor es que estamos allí "para cumplir", porque de vez en cuando hay que hacerlo. Pero pecados, lo que se dice pecados, sentimos que no tenemos.

El Evangelio de hoy nos muestra a unos escribas y fariseos que llevan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Quieren lapidarla y que el Maestro apruebe la ejecución. Son inquisidores, justicieros, ávidos de sangre reparadora. Como sucede actualmente: queremos condenas, penas ejemplares, prisión permanente revisable, si es posible.

El dedo acusador está siempre dispuesto a señalar, pero siempre al otro. Jesús, en cambio, nos sorprende: “Se agachó y comenzó a escribir con el dedo en la tierra. Como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado, que tire la piedra el primero. E inclinándose otra vez, continuó escribiendo en la tierra. Al oírle, comenzaron a marcharse uno tras otro, comenzando por los más viejos, y quedó Jesús solo, y la mujer, de pie, en medio”.

Es fácil condenar, ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. “Jesús se incorporó y le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella respondió: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”. El Señor nos pone en nuestro lugar: nos invita a reconocer nuestros pecados antes de condenar a los demás. También perdona, pero le dice a la mujer que no peque más.

El Papa nos recuerda que: “El lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo son los propios pecados. Reconocer los pecados, nuestra miseria, y lo que somos capaces de hacer o hemos hecho es precisamente la puerta que se abre a la caricia de Jesús, al perdón de Jesús, a la Palabra de Jesús”.

¿Soy capaz de reconocer mis pecados? ¿Puedo llamarlos por su nombre? Yo, como sacerdote, me admiro cuando un penitente reconoce su pecado, pide perdón y tiene la valentía de arrodillarse y decir “esto, esto y esto”, sin eufemismos ni culpar al otro. Pienso: ¡qué valiente y qué humilde es!

Otra persona me comentaba que no sabía de qué confesarse, hasta que cayó en sus manos un examen de conciencia. Por si puede servir, comparto un esquema inicial: “Amarás a Dios sobre todas las cosas...”. ¿Rezo, procuro hacer su voluntad, busco agradarle? ¿He blasfemado? ¿Voy a misa los domingos, confieso antes de comulgar? ¿He practicado la superstición o el espiritismo? “… y al prójimo como a ti mismo”. ¿Manifiesto respeto y cariño a mis familiares? ¿Soy amable con los extraños y me falta esa amabilidad en la vida de familia? ¿Tengo paciencia?

¿Respeto la vida humana? ¿He sido violento verbal o físicamente en familia, en el trabajo o en otros ambientes? ¿Pongo en peligro mi salud con la bebida…?

¿Vivo la castidad? ¿He mirado vídeos o páginas web pornográficas?, ¿he cuidado la fidelidad matrimonial?, ¿procuro amar a mi cónyuge por encima de cualquier otra persona? 

¿Procuro cumplir con mis deberes profesionales? ¿Soy honesto? ¿He engañado a otros: cobrando más de lo debido, ofreciendo a propósito un servicio defectuoso? ¿He desatendido a los pobres o a los necesitados? ¿Cumplo con mis deberes de ciudadano?

¿He dicho mentiras? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse? ¿He descubierto, sin causa justa, defectos graves de otras personas? ¿He hablado o pensado mal de otros? ¿He calumniado?

Reconocer los pecados es ponernos en camino de convertirnos, de volver al buen camino, de recuperar la alegría.

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