Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Su propio afán
Ya habrán leído ustedes la noticia. Un artista italiano, llamado Salvatore Garau, ha vendido una escultura invisible por 15.000 euros. De que es un "artista" no nos cabe, en consecuencia, ninguna duda. Porque ni siquiera la idea es novedosa. Desde que su paisano Piero Manzoni vendió unas latas tituladasMerda d'artista que contenían eso, estas cosas se huelen desde lejos. Empezó antes con el urinario de Marcel Duchamp, llamado La fuente.
Con tan escatológicos precedentes, podemos descartar que el comprador -aunque a primera vista no parezca muy listo- sea tonto de remate. Porque si uno quiere invertir en arte contemporáneo, el vacío es, visto lo visto, lo más prudente. ¡Cuánto habría mejorado, por ejemplo, la estética de nuestras rotondas si se le hubiesen encargado todas a Salvatore Garau! No creo que el italiano conozca a don Antonio Machado, pero nuestro poeta le dio hecha la justificación de su escultura cuando defendía que "lo primero en el orden de los valores es hacer las cosas bien. Lo segundo es no hacerlas. Lo tercero y último, lo realmente abominable, es hacerlas mal". Garau ha ganado al menos la medalla de plata, cuando tantos se empecinan en la abominación (véase Marina Abramovic).
Tampoco es mala línea de defensa la de quienes argumentan que el arte ha de ser reflejo de su tiempo. Esta escultura es una perfecta representación del espíritu de nuestra época. Si Salvatore le ha puesto el título Io sono, que significa Yo soy, no es por despistar. Este tiempo se caracteriza por el más extremo subjetivismo conciliado con la más radical disolución del yo.
Sin olvidarnos del liberalismo extremo. Hay sesudos teóricos del arte contemporáneo que justifican el montaje con la idea de que arte es lo que el artista diga que es arte. El io, por tanto, de nuevo. Hoy, más bien, es arte, en realidad, lo que alguno esté dispuesto a comprar como arte. De modo que el que tendría que firmar la escultura de vacío es el pagano que firmó el cheque. Observen que resulta más fácil encontrar escultores de la nada que pagadores a piñón.
De hecho, aquí, quien más quien menos vende vacío y nada. ¿Cuánto cobra el presidente de Gobierno, eh? ¿El defensor del Pueblo? ¿Los magistrados del TC? ¿Y el ministro de Educación? La escultura de Garau es esa misma apoteosis del consumismo y de la demagogia considerados como una de las bellas artes, pero esta vez sin engañar a nadie.
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