Brindis al sol
Alberto González Troyano
Los otros catalanes
Gafas de cerca
Dar o recibir un beso es uno de los gestos humanos donde se puede producir todo el arco de sensaciones entre el agrado y el desagrado, incluida la indiferencia. Vi hace unos días a un bebé morder y besar sin pausa la cara de su madre con mayor fruición que si comiera con mucha hambre. La escena será para mí inolvidable. De la niñez, recuerdo besos que me pinchaban, y no era uno, eran varios los que me daba –como arrebatada, tan buena era– una pariente mayor, pura dulzura, ella: uno los soportaba, ella los merecía, y –aunque no lo sabías– esos besos eran conservas de amor para tu despensa del cariño, esa a la que acudes, con el tiempo, a abrir una lata cuando tu corazón zozobra. Son besos lejanos, salados como lágrimas. Hay besos de pasión, donde tocas un cielo caliente... o fatalmente un metal gélido; en los primeros, la lucha de labios, o su mero roce, provoca estampidas de la sangre desde la cabeza a otros lugares, ajenos a la razón. Existen a veces besos no sentidos por quien los recibe, para desazón de quien los da. Conozco besos familiares que suenan a metralleta de amor.
Fabrican y a la vez son producto de la cortesía –esa distancia amable que lo es casi todo en las relaciones sociales– los besos puramente formales, que exigen ausencia de labios en los carrillos, y más aún de humores; en ellos, el beso todo lo más se tira al aire, y lo que se roza es el pómulo o el carrillo de la otra parte; y así lo espera uno. Hay besos apretados y chillados, esos que nos damos de jóvenes con sincero afecto, con una zalema y una amistad que creemos eternas, y a veces lo son. Los hay beodos: esos ósculos de euforia suelen cursar con baba y más mano de la imprescindible. Y después está el pico. Algunas amigas juegan entre líneas –el puesto de Neymar o de la recién campeona del mundo Jennifer Hermoso, por cierto– y se dan piquitos cuando se ven. A mí me parece bien, algo guay, aunque al novio de alguna se le eleven las cejas y se le ponga cara de aydiós. Pero que te aprieten los carrillos –una inmovilización en regla– y te propinen un pico de tres segundos es algo totalmente prescindible, (“No me gustó, pero ¿qué iba a hacer?,” dijo ya en el vestuario Hermoso). Nótese que el besante es presidente de la FEF, nótese que ya había magreado y metido cuello a varias jugadoras, y junto a la Reina, valga el perejil de lo impresentable que es este señor. El de las conversaciones de gángster con Piqué. El que se ha defendido llamando gilipollas a quienes su actitud anteayer nos parece propia de un borde y un paleto de campeonato mundial.
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