Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Las dos orillas
Por fin se han dado cuenta de que la vivienda es uno de los principales problemas que tenemos en este país. No se puede poner el foco sólo en los alquileres. ¿Y qué pasa con la propiedad? Las administraciones públicas no construyen pisos de protección oficial al ritmo de otros tiempos. Ni funcionan como antes las cooperativas de gremios o ciudadanos que se unían. Hace falta construir más, y también reconstruir lo que se hizo mal. Sin olvidar que el auge de la vivienda en España vino marcado por otra mentalidad. Los pisos de nuestros padres fueron pagados con sacrificios: pluriempleo, chapuzas, amas de casa que cosían, sin vacaciones para la familia, y nada de viajar al extranjero excepto para emigrar…
Una generación se sacrificó después de padecer una guerra civil en la que todos fueron perdedores (incluso los de ideología favorable al bando vencedor), excepto las elites oligárquicas que aprovecharon para enriquecerse. Las familias que sufrieron para salir de la pobreza lo hicieron con duros esfuerzos, incluso pasando hambre.
Hay que tener en cuenta los antecedentes. La expansión de la vivienda pública en España comenzó en la posguerra. A partir de aquella famosa frase de José Luis Arrese, ministro de la Vivienda: “No queremos una España de proletarios, sino de propietarios”. Respondía a la vertiente más populista del falangismo, que era un fascismo nacional sindicalista. Por eso conectó con sectores obreros que los apoyaron, utilizando conceptos sociales como la tierra para el que la trabaja o la vivienda para el que la vive. Y así empezaron el Plan de la Vivienda, con el objetivo de construir 550.000 pisos de protección entre 1955 y 1960. El siguiente plan contemplaba construir 3,75 millones de pisos entre 1961 y 1976. No se ejecutaron todos, pero sí una gran parte. El mayor acierto de aquellos planes fue la gran cantidad de pisos (barriadas enteras, que aún existen) incorporados al mercado. Y el inconveniente la pésima calidad de la mayoría de esos pisos, y la especulación que originó, con un urbanismo sin control.
El boom de pisos renta libre que fomentaron Felipe, Aznar y Zapatero se frenó con la crisis de 2008. Y ahora construir pisos sociales no es una prioridad. Sin embargo, no es sólo un problema político. El sacrificio y las renuncias de los pisos de nuestros padres hoy parecen imposibles. Muchos jóvenes del siglo XXI no aspiran a ser propietarios, sino a sobrevivir, o a quedarse como eternos niños en el piso de sus padres.
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