Salvador Gutiérrez Solís

Más poesía

La tribuna

24 de marzo 2013 - 01:00

FEDERICO, Juan Ramón, Rafael, Miguel, Raymond, Dylan, Luis, Juana, Vicente, Pablo, Joaquín… La Unesco decidió en 1999 que el 21 de marzo pasase a ser el Día Mundial de la Poesía. Pocos títulos más luminosos se le podrían adjudicar a un día, qué envidia. Imagino una especie de rebelión entre el resto de días, en el reparto de las nomenclaturas, algunos de ellos ya cansados de albergar en sus veinticuatros horas de vida anuales históricas demandas sin visos de resolución, recuerdos amargos y necesarios, proclamaciones bienintencionadas instaladas en una vacua indefinición. Lo supera, con creces, hay que reconocerlo, el Día Mundial de la Felicidad, que se celebró justo un día antes, y a cuyo inventor habría que homenajearlo con una estatua, yo no sé si en este mundo o en los de Yupi. En el Día Mundial de la Poesía las plazas y las calles no se han llenado de poemas, salvo esas excepcionales demostraciones para recordarnos la leyenda que han clavado con chinchetas en el calendario. Los chicos han festejado la llegada de la primavera cargando bolsas de un lado a otro, estas vacaciones no vocacionales, pero han dejado de escribir poemas de amor. Y eso que las redes sociales, twitter especialmente, nos han devuelto el gusto por mostrarnos, por contarnos, o casi, en 140 caracteres. Tendríamos que sacar la tarjeta amarilla de las emociones, con aviso de penalización: lea tres poemas cada día y sueñe que es feliz. O sueñe que está en un motel de la Ruta 66, o en una callejuela de Fez, o en un valle de Canadá, o en Hyde Park, da igual, sueñe y, sobre todo, haga por soñar. Sueñe, a secas, sueñe. Con frecuencia, no conseguimos lo que no pretendemos. En el Día Mundial de la Poesía las calles de Chipre tuvieron un segundo de silencio, sólo un segundo, que no recogieron las cámaras, entregadas a tatuar esta cruda realidad de quitas y extorsiones legalizadas. Un solo segundo, que puede ser un universo de paz y de felicidad cuando el ruido es la constante banda sonora que martillea los oídos.

El arte cuenta con la mágica posibilidad de transformar o reinterpretar lo cotidiano, lo común, y también lo horrendo, lo monstruoso, en algo bello, extraordinario, diferente. La poesía, en particular, es experta en obrar este milagro. Pensemos en la metamorfosis de la mariposa, ese ejemplo tan nítido que nos enseñaron en la infancia y al que seguimos acudiendo a lo largo de los años. Por eso, en estos días negros y feos, que ya son muchos los días negros y feos que llevamos metidos en el cuerpo, la poesía debería jugar un papel más importante en nuestras vidas. Deberíamos ser más acogedores con ella, aunque sólo fuera por egoísmo propio, como terapia, porque realmente la necesitamos. Necesitamos una hebra de esplendor, de belleza, de emoción, de magia, un aliento que nos susurre, que nos empuje, que nos haga sentir por instantes, aunque sólo sea por un instante, de manera especial, extraña, diferente, sí, diferente. No dudo que fueron sus creadores alevosos con la coincidencia, vinculando poesía y primavera, pero esquivando esa apariencia ripiosa y empalagosa, a lo cuello botella de anís, que muchos se empeñan en adjudicarle. La poesía puede ser empalagosa, ya lo creo, hay quien lo consigue ofreciendo floristerías de palabras y corazones envasados al vacío, con fecha de caducidad. Pero la poesía es mucho más.

Federico, Juan Ramón, Rafael, Miguel, Raymond, Dylan, Vicente, Luis, Juana, Pablo o Joaquín nos lo explican en cada verso. La poesía es sobre todo, por encima de todo, vida, y luego sitúele al lado el calificativo que más le convenga o interese: crítica, reflexión, denuncia, calma, belleza, luz, duda, certeza, visión, placer, evocación, recuerdo, real, vaticinio, fuerza, pasión, calor, color, libertad, libertad… La poesía, la cultura en general, el conocimiento, se ha comentado miles de veces, no son suficientes, nos hacen más libres. Libres para opinar, maldecir, reivindicar, protestar, cambiar, cuestionar, afirmar, negar, impedir, escudriñar. Necesitamos la poesía, a la palabra en cualquiera de sus manifestaciones, más que nunca, para explicarnos y contarlo, como antídoto o advertencia, o como terapia, que su poder es superior al que le presuponemos. Si algunos descubrieran esta realidad, tal cúmulo de energía, no dudo que intentarían quitárnosla, recortarla, como siempre han tratado de hacer los de siempre. Por suerte, los sueños siguen habitando muy lejos de las reglas de los hombres. Mantengamos nuestro pequeño paraíso a salvo.

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