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Ignacio F. Garmendia
Prochinos
Bendodo, al término del último debate de la campaña electoral que aupó a Juanma Moreno (y a este PP andaluz) a la mayoría absoluta, apuntó con una pragmática lectura política que, al cabo de unos días más, cuando se confirmase el triunfo en las urnas, era muy posible que algunos andaluces, incluso muchos, estuvieran disgustados con el resultado, pero que era seguro que ninguno estaría intranquilo o preocupado. La legislatura andaluza ha avanzado y ya calienta motores para un siguiente envite y no parece que haya, efectivamente, serios motivos de intranquilidad ni en el electorado ni en el gobierno. Moreno pasea libre y felizmente por las calles de los pueblos y ciudades sin demasiado problema, recibiendo pocas críticas, escasamente audibles, y, a veces, hasta aplausos. No creo que el cierre del congreso regional del PSOE en Armilla este fin de semana haya disgustado a los cuadros del PP andaluz y, me atrevería a apostar en firme, no les preocupa, ni les inquieta. María Jesús Montero, y este PSOE, no son una amenaza para Juanma Moreno y este PP andaluz.
He vivido algún congreso del PSOE. Los he disfrutado en todos los niveles, provincial, regional y federal. He participado, incluso, en alguna convención europea. Sé qué se siente cuando la opción que defiendes triunfa y sé qué cuando no. Sé también que, con independencia de la opción que se defienda internamente, el deseo general de un congreso es reforzar la acción de gobierno, cuando se está mandando, y activar la alternativa de cambio, cuando se oposita. Lo congresos eran liderazgo. Bálsamo y acicate. No siempre, pero tampoco infrecuentemente, eran debate y decisión: criterio político. Era aquel PSOE. El que se parecía a la gente.
Este PSOE andaluz no gobierna. El congreso debería señalar una alternativa. Montero representa, por una parte, lo que ya perdió en Andalucía, y, por otra, lo que parece que perderá (ya perdió, pero aún gobierna) el mando en el resto del país. Es una carta gastada. Debe ser bálsamo, pero lo es solo para las mismas caras, casi sin excepciones, que, con distintas lealtades (de Chaves a Griñán, de Griñán a Susana, de Susana a Pedro y de Pedro al infinito), llevan veinte años hundiendo moqueta. Debe ser acicate, pero tras una tormenta de promesas de cambio y apertura, la crítica constructiva (hasta podría echarse de menos una que fuera destructiva) se desinfla en la adormidera del cargo. Debe ser criterio, en fin. Lo que diga, o consienta, Pedro: el cambio en sí. Las primeras crónicas anticipan paz interna dado el reparto de sillones con etiqueta. Es este PSOE, que Pedro Sánchez y su coro leal y silente, por más que moleste recordarlo, están entregando al desguace. El que no se parece a la gente.
Soy y seré siempre un socialdemócrata. Por eso no apoyo a este PSOE, aunque quiera con locura las siglas que manosean; aunque espere, como agua de mayo, que pase ya este tormento y se pueda volver a empezar. Y aunque tema que sea ya tarde.
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