Alejandro Ibañez Castro

Lo que no puede ser, no puede ser

Vista aérea

Y además es imposible". Esta frase se le atribuye a Rafael Guerra Bejarano Guerrita que, además de un buen torero, fue famoso por su reconocida y particular personalidad que solía acentuar con frases coloquiales y populares en las famosas tertulias del Club Guerrita que fundaron sus admiradores. Esta sentencia del segundo califa de Córdoba tuvo lugar cuando se enteró de que el sevillano Juan Belmonte, el fundador del toreo moderno, había dado seis verónicas y una media sin enmendarse.

Este genial pleonasmo viene ahora al pelo, y no como figura retórica, sino para manifestar que algo es totalmente inviable, como oposición a esa nueva tendencia contracultural de nuestros vecinos del noreste de querer cargarse, por decreto, las corridas de toros. Que conste que no estamos en contra del término contracultura y de sus honrosas manifestaciones como el romanticismo o la bohemia en el siglo XIX, o la generación beat y el movimiento hippie de mediados del siglo pasado pero si contra este movimiento organizado por un pequeño grupo totalmente underground que más bien parece una ofensiva contra la cultura predominante y cuyo oscuro objetivo real se desconoce. Lo que recuerda otra famosa frase, ya que vamos de dichos célebres, de Ramón Pérez de Ayala, sobre el tema que nos ocupa: "Si yo fuese dictador en España, prohibiría las corridas de toros; como no lo soy, no me pierdo ni una". Cultura es, sin embargo, el conjunto de costumbres, prácticas, normas de la manera de ser, creencias… a través de las cuales una sociedad regula su comportamiento de las personas que la conforman.

Tal vez habría que recordar a este pequeño grupo antitaurino a la búsqueda del minutillo de gloria otra frase no menos célebre y que se atribuye a Cicerón: "El que no conoce su Historia, toda su vida será un niño". Que la tauromaquia, y todo lo que conlleva, se remonta a la Edad del Bronce, hace más de cinco mil años, cuando el hombre prácticamente acababa de descubrir el fuego y comenzaba a dejar de ser un estómago errante. Cretenses, griegos y romanos siguieron la tradición del atleta enfrentándose a los extintos uros. Sí, ese toro salvaje que, tras su domesticación, daría lugar a la mayor parte del ganado vacuno actual y también al toro de lidia.

La expresión más moderna y elaborada de las antiguas tauromaquias se conoce en España desde el siglo XII como corridas de toros. De aquí pasaría a Portugal, sur de Francia, Hispanoamérica, China, Filipinas, Estados Unidos y Cuba. Entre los primeros aficionados contamos con Carlomagno y Alfonso X El Sabio y, curiosamente, la primera fiesta de toros fechada la encontramos en la Crónica de 1128 que nos narra la boda de Alfonso VII con Doña Berenguela la Chica, hija del Conde de Barcelona que, entre otros actos en su honor, tuvo una fiesta de toros. En el siglo XVI son reyes y nobles a caballos los que juegan con los toros que comienzan a utilizar a sus peones y escuderos para distraerlos mientras cambiaban de caballo o para acercar el toro al caballista, con lo que la fiesta comienza a evolucionar, aparece la faena del capote y gana valor estético y, en muchas ocasiones asumen la responsabilidad de matar al toro a pie. En el siglo XVII los toreros de a pie, Costillares, Pepe-Hillo o Pedro Romero, por su estilo y valor, van ganando cada vez más adeptos entre el público y en el siglo XVIII se establecen todos los elementos de las corridas modernas, nacen las ganaderías bravas y, con los primeros grandes toreros de a pié y por seguridad, se construyen las primeras plazas de toros como edificios permanentes destinados al festejo. Se escriben las primeras tauromaquias y se va fijando las técnicas y normas del arte de torear. En el siglo XIX toreros como Paquiro, Cúchares, Lagartijo o Frascuelo fijaron la estructura definitiva de las corridas actuales.

Al arte del toreo habría que añadir todos sus efectos colaterales como la investigación biológica sobre la raza, la artesanía de las vestimentas de los participantes, la artesanía e industria de la cartelería, el placer de fumarse un puro en plena faena, en definitiva toda la corriente económica que directa o indirectamente depende del toro. Tantos, desde hace tanto tiempo, no ppueden estar tan tontos. Guerrita tenía razón: "Lo que no pué seh, no pué seh, y además es imposible" que se prohíban las corridas de toros.

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