Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
La ciudad y los días
Es una fotografía del Madrid de los años 50. El artículo en el que la veo, cosa por desgracia frecuente, no identifica al autor. En un plano picado se ve lo que la ropa tendida parece indicar que es un pasaje interior entre las viviendas de un barrio modesto. Una ventana enrejada. Una moto apoyada en la pared. Una niña de pocos años levanta la cabeza para mirar al fotógrafo. Este es el decorado, el entorno, el ambiente. Los protagonistas están en el centro de fotografía, de pie: son una madre joven y su hija. La madre viste una prenda de abrigo ligera que le llega por debajo de las rodillas, totalmente abotonada. Las mangas, algo cortas, dejan ver un reloj de muñeca. Calza unos zapatos de tacón bajo. La niña viste un trajecito largo con un volante bajo y unas botitas. Se ve que, afortunadamente, tienen lo necesario.
Lo importante de esta fotografía, lo que conmueve en ella, son los gestos de ambas. La niña apoya confiadamente la cabecita en el regazo de la madre y esta, mirándola, la estrecha contra sí pasándole con cariño la mano por debajo de la carita, sujetándole la barbilla. Todos conocemos ese gesto de coger la carita de nuestros hijos o nietos, de pie, con el brazo extendido, y apretarlos contra nosotros. Ese gesto que no podremos hacer cuando crezcan un poquito más y nos sintamos como la señora Darling al contemplar a la pequeña Wendy jugando en los jardines de Kensington y, viéndola tan encantadora, exclamó: “¡Oh, por qué no podrás quedarte así para siempre!”.
En ese gesto está toda la emoción de la fotografía. Y toda su melancolía. ¿Qué fue de ellas? ¿Qué fue de aquel gesto, de aquel instante, de aquella ternura? ¿Se perdieron para siempre? ¿A dónde van todos los gestos de ternura que nacen y mueren en un segundo? Ojalá sea cierto lo escrito hace tantos siglos en el Cantar de los cantares, que el amor sea fuerte como la muerte y las muchas aguas no puedan apagarlo ni los ríos ahogarlo. Porque lo de Wordsworth: “Aunque nada pueda hacer / volver la hora del esplendor en la hierba, / de la gloria en las flores, / no debemos afligirnos, / porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo”, la verdad, solo me convence si se le quita “siempre”. Y entonces, nos quedamos como estábamos mientras canta Charles Trenet “Que reste-t-il de nos amours? Que reste-t-il de ces beaux jours? Une photo, vieille photo”.
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