Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Todo, por un Niño que nos ha nacido
Crónicas levantiscas
El PP carece de tradición democrática en la elección (y cese) de sus líderes, es el rastro genético de Manuel Fraga, y eso es lo que ha dificultado el modo de relevar a Pablo Casado. Cualquier dirigente medio del PSOE conoce los cauces estatutarios para cepillarse a una Ejecutiva o a un secretario general. Es de primero de fontanería socialista, hay que conocer los estatutos y reglamentos como la biografía de Felipe González, pero el PP vivía de la tradición de don Manuel. Fraga designó a José María Aznar en el congreso de Sevilla, donde el ex presidente del Gobierno dio una muestra de mansedumbre suprema: le dejó firmada una carta de dimisión sin fecha al fundador de Alianza Popular por si alguna vez necesitaba destituirlo sin motivo. Aznar eligió a dedo a Rajoy, y el ex presidente gallego no escogió a su sucesor porque, literalmente, salió corriendo del Congreso cuando Pedro Sánchez le organizó una moción de censura.
Hace unas pocas semanas, Rajoy admitía en Sevilla, donde presentó su libro, que hasta él había pecado de populismo cuando le convencieron para que el PP resolviese los liderazgos mediante elecciones primarias, que es un invento que no le ha funcionado a ningún partido, aunque es irreversible. La militancia siempre querrá votar.
No es que otros partidos hayan sido más democráticos que el PP, pero a la derecha que venía de Fraga le gustaba el mando de sus líderes. Don Manuel era de espíritu volcánico. En sus memorias relata cómo tuvo un accidente de coche con el que dio dos vueltas de campana, se sacudió el polvo y aún tuvo fuerzas para llegar a tiempo a la inauguración prevista. Era capaz de abrir siete paradores en un día, escribir un borrador de Constitución durante la cena y ajustarse una botella de Oporto al cuerpo para descansar mejor durante un breve sueño de monje. Un volcán al que Franco le dejó una aperturista Ley de Prensa -la primera desde la Guerra Civil- porque le veía capaz de controlar en su cabeza lo que miles de censores previos ya no podían.
El PP se nos ha hecho liberal, centrista, andalucista y hasta lector de Azaña, pero le faltaba este tránsito: el de reglar de modo conveniente sus liderazgos, cómo elegirlos y, casi igual de importante, cómo sustituirlos. En los congresos se eligen órganos de dirección que nadie sabe para qué sirven, que se agrandan y agrandan con nuevos nombres para contentar a muchos, pero que carecen del más mínimo sentido. Nadie sabía hace ocho días cuántas personas formaban parte de la Junta Directiva Nacional, que es un órgano en el que el presidente del partido puede nombrar a su antojo a una fracción importante. ¿Y para qué sirve? Para esto.
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