
Monticello
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Paisaje urbano
Los que somos de radio lo agradecimos el lunes pasado, una vez más, cuando súbitamente el país se quedó sin luz a media mañana y todos corrían a comprar en los bazares, pero nosotros la teníamos allí a mano, en la mesilla, tan discreta y escondida, para darnos como siempre puntualmente las últimas noticias, ya se puedan volver locas todas esas nuevas terminales de energía renovable que tanta gracia hace a quienes nos gobiernan, pero ahora vuelven la cara como si no fuera con ellos la cosa.
Sonaban convincentes las palabras de los muchos buenos cronistas que se nos aparecen por el dial, cualquiera que sea la cadena, y nos dan noticia en tiempo real de lo que está pasando, con conexiones rápidas por toda la geografía, punzando con profesionalidad y eficacia el ambiente de la calle, de las tiendas, de los hospitales… Tiene una cosa la radio que no pasa en otros sectores de la información, como la prensa o la televisión, y es la ductilidad del medio que hace al oyente seguir programas y locutores de distintas cadenas, aunque cada uno tenga su preferencia. Uno puede ser muy de derechas y seguir la información local en la Cadena Ser o la cofradiera en Canal Sur, pongamos por caso… o justo lo contrario. ¿Cuánta gente que se considera progresista no escucha los excelentes programas religiosos de la Cope el domingo por la mañana, o no se pierde la tertulia de Cowboys de Medianoche en la madrugada de EsRadio? El consumidor de programas de radio suele serlo de antiguo, desde los tiempos gloriosos José María García o Luis del Olmo, y se ha educado en la información escuchando a los mejores. Por eso mismo es exigente en cuanto a la calidad de los contenidos, y no es fácil darle gato por libre. Si hoy la radio se caracteriza por la buena producción de sus programas, no duden que es por la el perfil culto y exigente de los que escuchan al otro lado.
El otro día, cuando de pronto volvimos a sentirnos tan vulnerables en nuestra soberbia de ciudadanos globales del primer mundo, el único ruido que había en los hogares recordaba a aquellos sonidos antiguos de los viejos aparatos que se compraban en la tienda de José María Busto, el ídolo de mi padre (¿Buyo?, tú nos has visto Busto…), distribuidos por toda la casa. Sonidos que, como todo en la vida, han sido sustituidos por otros más modernos y sofisticados, y que vienen a recordarnos cada cierto tiempo que lo mejor, a veces, sigue siendo enemigo de lo bueno.
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