Una cierta quietud

Gafas de cerca

30 de julio 2024 - 03:08

La sandía se tiraba a la alberca para que estuviera fresca en el postre. Las chicharras se quejaban de día, y los grillos se proponían de noche. Los picos de los gorriatos y los jilgueros nuevos se veían abiertos de par en par, pidiendo compasión y agua en su primer verano. El transcurrir de las jornadas estaba marcado por tareas domésticas en unas horas, y no en otras, porque los tiempos los imponían la luz y la canícula. Sometida la actividad al calor, era necesario ventilar la casa desde temprano, y poco después, parar evitarse la flama, cerrar las ventanas y persianas, y así proteger las estancias entre el mediodía y la caída de la tarde. Frecuentemente, las noches tórridas obligaban el desvelo, y eran costumbre las tertulias más allá de la medianoche en las puertas de las casas, o en los patios y corrales, donde los guindos estaban ya desocupados, las verdes ciruelas de los bruños atraían a pájaros e insectos, y los membrillos se preparaban para dar su áspero fruto en el primer otoño.

No exigir nada al discurrir de los días, y abandonarse a él, es un privilegio devaluado. Volar casi por el precio del queroseno y las tasas aeroportuarias ha incentivado una nueva forma de holgar; convertidas las vacaciones en derecho en los benditos países en los que se conformó una mesocracia. Hace unos días, por un apagón informático mundial bautizado como Crowdstrike, vimos a miles de transeúntes del ocio estabulados como ganado en los aeropuertos. Es dura la vida del turista –el que la lleva, la entiende–, pero más inclemente puede ser si el turista se desplaza en las estaciones señaladas. Asumir, o no, ese riesgo de desconsuelo y hacinamiento bien puede tener que ver con el bolsillo de cada uno.

El gladiador democrático es una persona vestida deportivamente que, en los puentes largos o entre junio y septiembre, podría quedarse desamparada en una inhóspita terminal; por completo y de buenas a primeras, a causa de un remoto fallo de internet del que nadie se hará responsable. Quizá acompañado por un par de hijos, o en ilusionada pandilla. Mirado así, ir a solas puede ser un alivio. El muy citado Blaise Pascal (siglo XVII) propuso que “todos los males de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre de sentarse solo y tranquilo en una habitación”. Y abrazar una “cierta quietud”. Como la de la sandía flotando en la alberca, como la de los largos ratos de aburrimiento, que tanta imaginación pueden alumbrar, o como la que puede proveer la buena pereza. (Se editan ahora libros que descubren lo que ya se supo y se hizo.)

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