El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
¡Boom!
Hace unos años, no demasiados, cuando las lesiones habían castigado, una vez más, a Rafa Nadal y él se levantó, de nuevo, volviendo a ser competitivo hasta fundir otros torneos que agrandaran su leyenda, ya escribí por aquí un “Vamos, Rafa” y un “Gracias, Rafa”. Ya no sé qué poner, cuando ha decidido terminar la carrera más exitosa de un deportista español. Así que me voy por la marca global, por el concentrado de valores y esencias que el nombre Rafa Nadal proporciona a la historia del deporte y, creo yo que también, a cualquier iniciativa que tenga que ver con el esfuerzo y la determinación sin florituras ni endiosamientos.
Nadal ha tenido todas las oportunidades para ser insoportable. Una cadena de éxitos rutilantes desde muy joven, una consolidación explosiva y dominante como casi ninguna otra en su deporte, una vida de viajes, buenos lugares, gente interesante y poderosas tentaciones. Fácil, facilísimo habría sido dejarse llevar por la fascinación que el éxito, el dinero, la abundancia y la legión de aduladores que ha debido tener cerca le hubiesen marcado. En cambio, lo que más se admira de Nadal, además de la colección de títulos y de momentos irrepetibles y extraordinarios en su desempeño como tenista, es su normalidad. No estoy diciendo que Nadal no atesore, y haya disfrutado además, el éxito (uno compite con la ambición de ganar y ese hambre no es indecente, sino necesaria y positiva); ni que Rafa tenga que esconder para no molestar el fruto de un patrimonio bien ganado por sus méritos, por su imagen y por sus inversiones (Nadal es rico, claro, y eso no es malo, aunque despierte un interés falso y envidioso de por qué unos tantos y otros tan poco); y se aburrirá de gestionar, sorteándola, a una probable multitud interesada solo en el mito; todo eso, seguro. Pero es normal. Y lo dice: un chaval de un pueblo de Mallorca que pudo cumplir sus sueños y que cree que es (a pesar de lo que ha hecho, por encima de lo que hacE) buena persona.
Yo no estoy entre los que se sentirán extraños por no ver a Nadal en las pistas, ya ha estado toda una vida y quedan los archivos de sus puntos increíbles, de la épica con Federer, de la rivalidad con Novak, de la resignación amable y divertida de Almagro en la Philippe-Chatrier (va a tener 65 años y seguirá ganando Roland Garros…). Lo echaré de menos, eso sí, pero no me extrañará, aunque lo extrañe. Yo estoy entre los expectantes. Un capital vital tan enorme como el de Nadal no creo que pueda permanecer discreto demasiado tiempo. No me atrevo a pedírselo, porque se ha ganado el derecho absoluto a perderse y no aparecer hasta cuando quiera, claro, pero si este tío normal vuelve a sacar la cabeza en cualquier cosa, me temo que la lía de nuevo. Y si le mete lo que le sale de natural (ambición, esfuerzo, humildad y vuelta a empezar), ¿qué receta que cocine no triunfaría?, ¿y cuántos Rafael Nadal querríamos? Más personas buenas, por favor.
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