Brindis al sol
Alberto González Troyano
Los otros catalanes
¡Oh, Fabio!
El grito-verso de Manuel Machado, ¡Hetairas y poetas somos hermanos!, no surgió de la nada. Desde La Celestina, de Fernando Rojas, hasta la desternillante Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa, o la novela crepuscular de Gabo, Memoria de mis putas tristes, las relaciones entre las letras en español y el lenocinio han sido largas y, por lo general, amigables. Para bajar la pelota al sur, podríamos citar dos libros fundamentales en la literatura narraluza:Las campanas de Antoñita Cincodedos, del recientemente fallecido Julio Manuel de la Rosa, y Las mil noches de Hortensia Romero, con la que Fernando Quiñones quedó finalista del premio Planeta en 1979 (el ganador fue Manuel Vázquez Montalbán con Los Mares del Sur). Ambas obras bucean en la memoria de dos viejas meretrices durante el franquismo, aunque la segunda es una obra más contundente, escrita por Quiñones en un estado de gracia torrencial, en la que se demuestra un dominio absoluto del idioma bajoandaluz (en el sentido geográfico y social) y, sobre todo, un exhaustivo conocimiento antropológico de las antiguas casas de pago provincianas.
En su novela, Quiñones no elude el debate sobre la prostitución, tan de actualidad en los últimos tiempos. Dice LaLegionaria, nombre de guerra de doña Hortensia, recordando una trifulca con una abolicionista: "… no quería ni escucharme cuando le decía que no, que esto del puteo es de toda la vida (…) ¿cobrar las mujeres por sus carnes?, eso desde que el mundo es mundo". LaLegionaria no toma una postura moral, porque sabe que para eso ya hay profesionales que viven de dictar sus normas a los demás, simplemente recurre a un antiguo método de análisis: la observación de la historia y de la realidad presente. Todo lo demás son abstracciones, ensoñaciones ideológicas. La Fundación José Manuel Lara sacó, años después del 79, un libro de obligada lectura para hablar de este problema,Historia de la prostitución en Andalucía, de Andrés Moreno Mengíbar y Francisco Vázquez. En éste se observa cómo la tensión entre abolicionistas y permisivos es vieja, por lo menos desde que los jesuitas intentaron sin éxito el cierre de la mancebías andaluzas. El debate es duro, porque es innegable la brutal carga de explotación y miseria que se suele esconder tras la prostitución, pero ¿compramos la quimera de que con prohibición desaparecerá la prostitución o apostamos por un sindicalismo que controle los abusos? En la pregunta va la respuesta.
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