El reloj

Advierto que esta columna tiene un tono estrictamente personal. Una de las ventajillas que tiene publicar en un medio libre es que eso de la libertad se lo creen en serio y mi directora no tiene problema en que se me vaya esto de las manos de cuando en vez. En ésta, se me va al corazón. Y a la cabeza.

Mamá, ayer estuvimos celebrando tu cumple número 83. Sabes bien que este año último nos ha costado a todos, a ti la que más. El rollo de los ahogos es complicado y hemos superado, a Dios gracias, algún sustillo. Vale, no hay que quitarle años al susto: sustos bien gordos. Pero aquí estamos. Guerra, lo que se dice guerra, no es que estemos dando, mami, porque si una cosa te has ganado definitivamente es tener reposo, que mucho y bien has estado batallando con papá y los siete, cuando estábamos todos, y después, poco a poco, con los que hemos ido quedando. El curro que te has dado toda la vida ha sido enorme, mamá, así que es normal que el cuerpo vaya diciendo basta. De todas formas, la que nunca dice basta con nosotros eres tú. Igual ahora te pillamos algo más cansada, algo menos rápida, algo más distraída, por días, pero te pillamos siempre, mamá. Y esa, más que tu celebración, es la nuestra, mami. Cada día.

Contigo estamos, como siempre, todos, mamá. Pero no es solo por ti, que por supuesto, sino por puro egoísmo nuestro. Está Merchi, que cuida con precisión milimétrica las cosas que tiene que ejecutar, a pesar, incluso, de sí misma, desvivida; está el cariño de Fernandi, atenta siempre y a la escucha, comprendiendo y quitando quites como nadie, entregada; está el liderazgo y el conocimiento de Rafa, todo el rato al tanto, repartiendo criterio firme y templando ánimos, sereno; y, por ahí ando yo, haciendo lo que puedo, si no estorbo, feliz. Estoy feliz, mamá, y es egoísmo, porque en este proceso de ahora, me estás regalando un premio que no esperaba: admirar y estar orgulloso de mis hermanos, que siempre lo estuve, pero no siempre me percaté, y acercarme más a ti, que siempre lo estuve, pero no siempre de esta manera, mami. Cuando más pequeña te haces, ley de vida, ¡tú, que mediste uno ochenta!, más grandes nos estás haciendo.

El reloj, mamá, es inexorable. Pasa. Hay quien celebra el tiempo pasado. A mí me gusta celebrar el que todavía no ha llegado: el día de mañana, que siempre hay. Eres la que pinta los relojes más originales del mundo, y te confieso que tanta originalidad puede chocar, pero tener la oportunidad de conocer ahora también eso no es un problema, es un privilegio.

El mundo puede estar a la deriva, con la cantidad de zumbados que andan por ahí sueltos, pero sé que, si el mundo mío peligrara, y siempre hay amenazas severas, hay un refugio seguro: eres tú. Incluso ahora cuando podría parecer que eres tú quien lo necesita, sé que no, que eres tú quien lo sigue proporcionando. Que nos quieras, mamá, es nuestro regalo. Quererte es solo egoísmo. Y funciona, mami. Gracias.

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