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Hace ya un tiempo, quizá desde la celebración de los dos debates televisivos previos a las elecciones andaluzas, se sospechaba que la posición de Ciudadanos en el tablero electoral había pasado de ser una alternativa liberal al Partido Popular, en su vertiente más conservadora, para convertirse en un agradable compañero de viaje de éste, habida cuenta cómo se empleaba aquellas noches en la tele su entonces líder, Juan Marín, en dar la batalla a los otros adversarios políticos, dejando para el presidente Juanma el más cómodo papel de figura institucional, ahorrándole la necesidad de remangarse y bajar al fango del debate político. Poco después las urnas hablaron, y vaya si lo hicieron, hasta el punto de borrar cualquier punto naranja del mapa político andaluz.
Esta semana nos hemos enterado del nombramiento del mismo Juan Marín como presidente del Consejo Económico y Social de Andalucía, un órgano consultivo creado en tiempos del presidente Chaves con vocación, o eso dice al menos su normativa, de dar más voz a la sociedad civil, catalizada a través de los sindicatos, las organizaciones empresariales, los consumidores y las universidades. Un órgano neutro sin mucha influencia en el devenir de la legislatura, ideal para un perfil como el de Marín, típico político segundón ya en la frontera de los sesenta que alcanzó las mayores cotas justamente como vicepresidente de la Junta, y que ahora ve recompensada su probada colaboración con un puesto ideal para una gozosa jubilación. ¿Quién dijo que la lealtad no se premia en política?
En realidad, el nombramiento de Marín para presidir el Consejo Económico y Social representa sobre todo la escenificación de la rendición de Ciudadanos ante el Partido Popular, y pone otra vez sobre la mesa la cruda realidad de aquellos que hasta hace bien poco clamaban contra la colonización de las instituciones por los partidos de siempre, y ahora se entregan sin resistencia a su causa. Ciudadanos representó durante un tiempo una esperanza para muchos que veían en Rivera, Arrimadas y compañía, la mejor opción para una regeneración de una política viciada pero, entre la egolatría adolescente del primero y los errores de bulto de la segunda, aquella ilusión se ha ido desvaneciendo hasta la situación de ruina actual, donde el que más y el que menos tiene claro que su única salida pasa por aporrear el portón decimonónico de San Telmo.
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