
La Rayuela
Lola Quero
Escaqueos en el juzgado
Igual puesto así, modernete y pedantón, encaja mejor lo que quiero decir. Lo que quiero decir es felices Pascuas, y son de Resurrección. Sin complejo ninguno y sin pedir carnet de cristiano, de creyente en que ese hombre extraordinario, cuya existencia histórica y grandeza vital ofrecen pocas dudas, era también el Hijo de Dios vivo, Dios mismo, y puerta de entrada, desde la convicción y la esperanza, a otro mundo cuando éste se nos acabe. Ya digo: poco me preocupa si quien recibe mi felicitación cree en todo eso o no (ni yo mismo soy capaz de declararlo sin matices, incumplimientos y traiciones, pero sí tengo un quintal de esperanza y dos de libertad en la mochila donde también habitan mis miserias). Vivir en Pascua es desterrar esas miserias poco a poco, golpe a golpe, con dedicación y responsabilidad, más que con costumbre y culpa, y saber que lo que somos de verdad está normalmente oculto con capas duras, pétreas, que requieren observación, primero, voluntad, después, determinación, constante, y, nuevamente, observación y la misma cadena, porque el descubrimiento de eso que está debajo de la veta sobrante es un descubrimiento que requiere, en pago del hallazgo, un recomienzo.
Recibí felicitaciones de Pascua de algunos buenos amigos musulmanes, también algunas otras de otros buenos amigos judíos. Algunos de ellos están por ahí, en cualquier sitio, como ando yo frecuentemente cuando me desplazo, pero los más significativos están y viven en el mundo donde yo puedo ser el extraño. Desde los desiertos de la península arábica, con su belleza ruda en una quietud inmensa, o desde un kibutz ilusionado, con su belleza práctica ganada a la tierra de la nada, recibí sonoros y brillantes Happy Easter! Las conversaciones que siguieron coincidieron en una esencia: el truco es renovarse, renacer, resucitar en serio, después de reflexionar, aunque ni por un momento nos hayamos parado a hacerlo, que antes de renovarnos, de renacer, de resucitar a lo que queremos ser, a procurarnos la mejor versión de nosotros mismos, tenemos que enfrentar la realidad matemática de nuestra limitación: que somos imperfectos, que somos huidizos, que somos finitos. Y, conocido eso, con el trabajo que propone la renovación que yo celebro, podemos, con nuestros dos quintales de libertad, perseguir la perfección, a sabiendas de que no llegará nunca; afrontarnos con valentía, para no fugarnos del mundo y, sobre todo, devolvernos la mirada en el espejo; y aprovechar la oportunidad que nos brinda una finitud segura pero desconocida, porque el tiempo que cuenta es el que hay en medio. La renovación es el reflejo práctico de lo que mi hermano querido dice, traído del Talmud: si no eres tú, quién; si no es ahora, cuándo.
Eso celebro cuando deseo feliz Pascua: la renovación necesaria. Y no me importa si se comparte o no la palabra, que solo se completa si se devuelve y quiere y es también libertad. Lo que de verdad deseo es disfrutar sus consecuencias.
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