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Nada que haya oído y leído sobre el papa Francisco me ha ofrecido un retrato tan sencillo y convincente como el testimonio de la trans Minerva, entrevistada ayer por Cristina López Slichhting. Había leído sobre el padre Conocchia, el párroco de Torvajanica a quien Minerva y otras compañeras prostitutas latinas trans pidieron ayuda durante la pandemia, sobre su sugerencia de que escribieran al Papa, sobre la ayuda inmediata que recibieron a través del cardenal Krajewski y sobre el deseo de estas mujeres de darle las gracias. También sobre cómo el padre Conocchia recurrió a sor Geneviève Jeanningros, la monja francesa amiga de Francisco dedicada a la misión entre los más desfavorecidos, y la asombrosa respuesta que recibieron: “El Papa quiere conocerlas a todas”, lo que condujo al primer encuentro entre Francisco y ellas. Y sobre la cálida entrevista que iluminó sus vidas. Desde entonces cada miércoles se levantaban de madrugada para ir al Vaticano y asistir a las audiencias, acompañadas por el párroco, tras las que Francisco las saludaba.
Todo esto es conocido. Lo importante fue oír la voz de Minerva, su temblor emocionado, su luminosidad al contar su reencuentro con Dios y con la Iglesia a través de Francisco. Escúchenlo en el podcast del programa de Cristina. Nada, ni lo mejor escrito, puede sustituir la calidez, veracidad, poder de conmoción y de convicción de la voz humana cuando se habla desde el corazón. Cualquier sospecha, como algunos han apuntado, de que el encuentro con el Papa, al que siguieron otros, fuera solo una pose progre, un gesto de cara a la galería aplaudidora sin consecuencias sobre las vidas concretas de personas reales, quedaba disipado oyéndola. Incluida la de que fuera otra tergiversación –¡ha habido tantas, fruto de la falsa caridad!– que convirtiera el beso al leproso de San Francisco de Asís en esa condescendiente glorificación personal que utiliza la desgracia ajena para realzar la virtud propia. Nada tuvo que ver el gesto de Francisco con esto. Solo humanidad, sencillez, amor, compasión no despectiva. O lo que es lo mismo, cristianismo.
“Cuando el Papa me puso la mano en la frente, me sentí pura, feliz, libre de todos mis pecados”, dijo una de las compañeras de Minerva. Lo recordé cuando poco después, en la misa de ayer, oí: “Él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente”.
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