Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Uno de los más graves daños colaterales de la invasión de Ucrania es el paso de Rusia, una potencia nuclear con asiento permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, al lado oscuro de la humanidad.
Que Putin haya ido a Corea del Norte (RPDC) a buscar la munición de artillería y los misiles balísticos que tanto necesita en el frente de Ucrania tiene su lógica. Sin embargo, hasta el momento, y a pesar de las evidencias en contra, tanto el dictador ruso como el norcoreano habían venido negando que se hubiera producido la entrega de arma alguna. Respetaban al menos las formas, porque siguen en vigor numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que prohíben a la RPDC recibir o exportar material militar. La situación es similar a la de los drones iraníes: todo el mundo sabe que Rusia los está utilizando en la guerra de Ucrania, pero Moscú y Teherán han preferido mantener las apariencias. Después de todo, en los regímenes donde la prensa no es libre, existe una sola verdad: la que en cada momento decide el dictador de turno.
La reciente visita de Putin a Pyongyang ha venido a cambiar esta situación. El tratado de defensa mutua suscrito por Rusia y la RPDC no tiene mucho sentido político, porque el régimen de Putin –falsamente democrático– y el de Kim–falsamente comunista– sólo tienen en común la ambición de sus líderes. En cuanto Rusia o la RPDC salgan de sus actuales apuros, ambos dictadores o quienes les sucedan en sus respectivos tronos volverán a darse la espalda.
El acuerdo recién firmado tampoco tiene demasiadas repercusiones prácticas. En el futuro, el Kremlin seguramente lo utilizará como marco para justificar el incumplimiento de las sanciones de Naciones Unidas; pero, reconozcámoslo, también podía seguir negándolo como ha hecho hasta ahora.
¿De qué sirve entonces un acuerdo así? Lo que busca Kim no puede estar más claro: eludir las sanciones –Rusia ya había vetado en marzo la renovación del panel de expertos responsable ante la ONU de la vigilancia de su cumplimiento– y, en el escenario político, una cierta medida de respetabilidad, aunque sólo le sirva entre el puñado de cómplices de Moscú. De puertas adentro –dulce es la venganza– el líder norcoreano puede presumir ante sus súbditos de haber doblegado nada menos que al heredero de la todopoderosa URSS.
Hace siete años, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó unánimemente –es decir, con el voto a favor de Rusia– la resolución 2397, última de una larga serie de condenas al régimen de Kim Jong-un. El texto no podía ser más duro. El Consejo de Seguridad: “Reitera su profunda preocupación por las graves penurias a que se ve sometido el pueblo de la RPDC, condena a la RPDC por fabricar armas nucleares y misiles balísticos en lugar de velar por el bienestar de su población cuando esta tiene grandes necesidades insatisfechas, pone de relieve la necesidad de que la RPDC respete y asegure el bienestar y la dignidad intrínseca de su pueblo, y exige que la RPDC deje de desviar sus escasos recursos al desarrollo de armas nucleares y misiles balísticos en detrimento de su población”.
Desde entonces, Kim no ha modificado lo más mínimo su conducta. Es Putin el que, sin necesidad de reconocerlo porque en Rusia se altera el pasado con la misma insultante facilidad con que se hacía en el 1984 de Orwell, ha “cambiado de opinión”.
¿Y por qué cambia Putin de opinión? ¿Qué es lo que espera conseguir? Probablemente no esté pensando en adquirir más munición, porque ya está recibiendo toda la que la RPDC está dispuesta a suministrar, a cambio –entre otras cosas que seguramente no conocemos– de tecnología aeroespacial rusa. ¿Será verdad que pretende crear un nuevo orden mundial más justo y libre con la ayuda del pintoresco Kim Jong-un? No parece el mejor socio para una empresa tan ambiciosa. ¿Quiere pagar el apoyo a la invasión de Ucrania? La opinión del controvertido líder norcoreano –es el único líder que se pronuncia sistemáticamente en favor de todas las iniciativas de Putin, incluido su último plan de conquista– es contraproducente en casi todo el mundo y, en el mejor de los casos, cuenta casi tan poco como la del ruso Medvedev. ¿De verdad está pensando en una nueva estructura de seguridad euroasiática? No podría Putin haber encontrado un aliado menos inspirador.
Entonces, ¿cuál es la razón de la sinrazón? Como Putin no nos lo va a decir, tendremos que atrevernos a especular: el sabotaje del dictador del Kremlin a las sanciones a Corea del Norte que él mismo aprobó es, sencillamente, una represalia más del presidente ruso, que cada día está más cómodo en el lado oscuro de la humanidad. Tan desmedida como sus amenazas de recurrir al arma nuclear. Tan superflua como la de vender armas a los enemigos de occidente. Lo que de verdad se me escapa es quién –fuera de Rusia, claro, donde todos fingen creer lo que el dictador mande– pensaba Putin que creíamos que se las vendía hasta ahora.
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