¿Qué hace un sacerdote?

Tribuna

Con su ministerio, nos reconcilia con Dios; es su mano que bendice, acaricia, indica la dirección y, cuando es necesario, espabila y despierta

Ser o no ser, esa es la cuestión

Sanjosemaría Escrivá de Balaguer
Sanjosemaría Escrivá de Balaguer / El Día

30 de marzo 2025 - 06:59

Los días 27 y 28 he estado en Zaragoza en la celebración del centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría Escrivá. Han sido unas jornadas sacerdotales preciosas presididas por el cardenal Lazzaro You Heung-sik, prefecto del Dicasterio para el Clero, monseñor Carlos Escribano, Arzobispo de Zaragoza y monseñor Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei. Una buena ocasión para recordar y agradecer la importancia del sacerdocio, gran don de Dios a su Iglesia y a todo el mundo.

Tuve ocasión de conocer personalmente a san Josemaría siendo estudiante de los primeros cursos de Ciencias Biológicas en Valencia. Aquellos encuentros con un sacerdote santo han quedado grabados en mi memoria y corazón. Han transcurrido cincuenta y tres años y sus palabras y gestos siguen vivos. Me ayudan y estimulan a ser mejor persona y cristiano, a acercarme a Dios y procurar dar lo mejor a los míos. ¿Para qué sirve un sacerdote? Para llevarnos a Dios: es como un puente entre Dios y los hombres.

Dice san Pablo en su carta a los Corintios: “Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. El sacerdote, con su ministerio, nos reconcilia con Dios; es su mano que bendice, acaricia, indica la dirección y, cuando es necesario, espabila y despierta.

Hoy leemos la parábola del hijo pródigo, que bien podría llamarse la del Padre misericordioso. Animo encarecidamente su lectura atenta. ¡Es impresionante, porque nos desvela las entrañas de Dios! Decía san Josemaría: “Si consideramos las cosas despacio, veremos que un Dios Creador es admirable; un Dios, que viene hasta la Cruz para redimirnos, es una maravilla; ¡pero un Dios que perdona, un Dios que nos purifica, que nos limpia, es algo espléndido! ¿Cabe algo más paternal? ¿Vosotros guardáis rencor a vuestros hijos? ¿Verdad que no? Así Dios Nuestro Señor, en cuanto le pedimos perdón, nos perdona del todo. ¡Es estupendo!”.

Nos animaba a acudir a la confesión frecuente, a experimentar la alegría del perdón, el abrazo de Dios, la fiesta de volver. Estos días hemos celebrado las primeras confesiones de los niños que hacen la primera comunión en el colegio. Es impresionante ver con qué gozo salían del confesionario, cómo se recogían para rezar la penitencia. ¡Qué cara de felicidad y de buenos niños tenían! Hay que cambiar la percepción que tenemos de este sacramento: no puede ser algo extraordinario, costoso y molesto. ¡Es una fiesta! Y las fiestas, cuantas más mejor.

El sacerdote no solo nos da el perdón de Dios, sino a Él mismo: Jesús en la eucaristía. El sacerdote es “instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado”. El sacerdote trae a Cristo “a nuestra tierra, a nuestro cuerpo y a nuestra alma, todos los días: viene Cristo para alimentarnos, para vivificarnos”. Nos sigue recordando: “Llego al altar y lo primero que pienso es: Josemaría, tú no eres Josemaría Escrivá de Balaguer (...): eres Cristo (...). Es Él quien dice: esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, el que consagra. Si no, yo no podría hacerlo. Allí se renueva de modo incruento el divino Sacrificio del Calvario. De manera que estoy allí in persona Christi, haciendo las veces de Cristo”.

También nos alimenta con su palabra en la predicación y con el ejemplo de su vida: “La predicación de la palabra de Dios exige vida interior: hemos de hablar a los demás de cosas santas; de la abundancia del corazón, habla la boca. Y junto con la vida interior, estudio: (...) Estudio, doctrina que incorporamos a la propia vida, y que solo así sabremos dar a los demás del modo más conveniente, acomodándonos a sus necesidades y circunstancias con don de lenguas”.

Y el sacerdote, como dice la carta a los Hebreos tiene que ser muy humano: “Escogido de entre los hombres… puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad”. Ser cercano como insiste el Papa Francisco, ya que Dios se ha hecho hombre en Jesucristo.

Precisamente el día 25 celebramos la fiesta de la Encarnación y, en la misa, al recitar el Credo y decir que el Verbo se hizo hombre, nos ponemos de rodillas, admirados por tal singular gracia. Ser cercano es estar siempre disponible, con los brazos abiertos a todos, es saber escuchar y hacerse cargo de las necesidades de quien se acerca. Es utilizar palabras sencillas y veraces que lleguen al corazón. Es tener paciencia y respetar los tiempos. Es saber amar a todos y hacerse todo para todos. Ese es el sacerdote.

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